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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Al soñar Wagner el castillo de Monsalvat, coloca la mansión del Santo Grial en los Pirineos españoles y da un palacio árabe a Klingsor el encantador. El ambiente que nos rodea es demasiado real para que podamos cultivar en el nuestras ilusiones. Así es, Fernando.

La hermosa española era en la escena la mujer tímida, dulce y resignada que soñó Wágner, confiando en la fuerza de su inocencia, esperando el auxilio de lo desconocido.

Fue cediendo la puerta lentamente, como si estas palabras fuesen de un poder mágico. La presión exterior, cada vez más enérgica, la ayudó a girar sobre sus goznes, arrollando las últimas resistencias de Mina. Y luego de quedar abierta se cerró de golpe, dejando en absoluta soledad la penumbra del corredor. ¡Pobre Wagner!... ¡Pobre Víctor Hugo!...

Mefistófeles se lleva a Fausto solo, y el drama o la primera tragedia termina. Los caracteres meramente humanos del drama están trazados y aun acabados de mano maestra: parecen más reales que la realidad. Marta y el fámulo Wagner son dos personajes cómicos que pueden servir de modelos.

La selva, dormida bajo el fulgor de las estrellas, parecía un jardín de leyenda. Maltrana pensó en Wágner y en su valeroso Sigfrido; en la rústica flautita del héroe que hacía hablar a los pájaros. Hasta creyó, por un instante, que de aquellas espesuras podría surgir un dragón no conocido por los guardas.

Ya sabe usted continuó Argensola que, al pelearse con Wágner por el exceso de germanismo en su arte, proclamó la necesidad de mediterranizar en música. Su ideal fué una cultura para toda Europa, pero con base latina. Julius von Hartrott contestó desdeñosamente, repitiendo las mismas palabras del español. Los hombres que piensan mucho dicen muchas cosas.

Creía encontrar en la semejanza de nuestros nombres una identidad de destinos. Yo podía ser la Mina de este nuevo Wagner que empezaba a surgir de la obscuridad. Y así se inició lo que no fue nunca amor, sino un gran sacrificio por la gloria... ¡Ay! ¡Cómo nos envenena el arte cuando lo hacemos consejero de nuestra pobre existencia!

Las fotografías representaban siempre los mismos personajes: las heroínas de Wagner. Leonora, adoradora rabiosa del genio alemán, hablando de él con intima confianza, como si le hubiera conocido, no quería cantar otras óperas que las suyas, y con el afán de abarcar la obra del maestro, no vacilaba en comprometer su prestigio de artista fuerte y vigorosa, interpretando los personajes delicados.

Una noche conocí a Wagner, pero sin tapujos, como quien dice en su propia salsa. Vestido con ropas de un violinista amigo que algunas veces toca en las fiestas de Toledo, La Walkyria en el paraíso del Real. Otra noche asistí a un concierto. La gran noche, Gabriel, ¡como quien dice nada! La Novena Sinfonía de este tío feo, de este sordo mal genio que está escuchándonos.

Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos.

Palabra del Dia

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