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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Si el músico alemán cruzaba por el recuerdo de Leonora, él repasaba sus libros, y afectando el exterior descuidado de aquellos artistas vistos en las novelas, llegaba allá con el propósito de hablar del inmortal maestro, de Wagner, al que apenas conocía, pero al que adoraba como a una persona de su familia... ¡Dios mío!
Era una locura; pero el visionario muchacho «veía» cantar los campos y gozaba en la muda sinfonía de los colores, en aquella obra silenciosa y extraña que se parecía a algo... a algo que Andresito no podía recordar. Por fin, un nombre surgió en su memoria. Aquello era Wagner puro; la sinfonía del Tannhauser, que él había oído varias veces.
Wágner es el último romántico, cierra una época y pertenece al pasado. Nietzsche tuvo empeño en demostrar su origen polaco y abominó de Alemania, país, según él, de burgueses pedantes. Su eslavismo era tan pronunciado, que hasta profetizó el aplastamiento de los germanos por los eslavos... Y no quedan más.
Antoñito, que había hecho en su cabeza una especie de pasta filosófica, amasando al padre Taparelli con Augusto Comte, era además un wagnerista furibundo, aunque, la verdad ante todo, en jamás de los jamases había oído música de Wagner. En sus artículos llamaba a todas las cantantes divas, y a toda las obras spartitos. Era severísimo con los artistas cuando no le daban butaca.
Significa la Tierra y al mismo tiempo la Libertad... ¿Le gusta á usted Wágner? Y antes de que pudiera contestar, añadió en español, con un acento criollo y entornando los ojos: Llámeme, si quiere, «la viudona»... El pobre doctor murió apenas volvimos á Europa. Tuvieron que correr los tres hacia el tren de Pestum, próximo á partir.
De igual modo las sonoridades exquisitas de Wagner y su escuela deleitan el oído, pero no sacuden nuestra alma como la voz elocuente de Beethoven ni la hacen pasar alternativamente de la tristeza á la alegría como la musa encantadora de Haydn. Para hallar una armonía perfecta entre el fondo y las figuras y en general entre todos los elementos de la composición es preciso acudir á los griegos.
Ahí tengo en ese montón las nueve sinfonías del «Hombre», sus innumerables sonatas, su misa, y con él a Haydn, a Mozart, a Mendelssohn, a todos los grandes tíos, en una palabra. Hasta tengo a Wagner. Los leo, toco en el armónium lo que es posible, ¿y qué...? Es como si a un ciego le describieran con gran elocuencia el dibujo de un cuadro y sus colores.
Aquella mujer caprichosa, aventurera y alocada, de cuya vida de artista tantas cosas se contaban, había paseado por el mundo la arrogancia de la virgen guerrera soñada por Wagner consiguiendo inmensos triunfos.
Estos mercaderes sólo interrumpían sus críticas para oír con religioso silencio la música de Wágner golpeada en el piano por las niñas de la familia. Un amigo con voz de tenor cantaba Lohengrin en catalán. El entusiasmo hacía rugir á los más exaltados: «¡El himno... el himno!» No era posible equivocarse. Para ellos sólo existía un himno.
The editor wishes to extend his thanks to Professor J. D. M Ford and Professor C. H. Grandgent of Harvard, Professor A. Le Duc and Mr. F. D. Schnacke of the University of Kansas, and Professor C. P. Wagner of the University of Michigan, who have rendered valuable assistance in the preparation of this edition. ANN ARBOR, Sept. 14, 1907. DON NU
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