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14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende la lámpara y se pone debajo de un almud, sino en el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Al ceñirle la espada, dijo la buena señora: -Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le ventura en lides. Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo.

En efecto, señor, y me habéis dado un buen susto dijo la duquesa. Vos no sabíais que en las habitaciones de la reina había puertas ocultas, ¿eh? pues ni yo tampoco. Pero vuestra majestad... si saben... Os diré: nadie puede saber nada, porque he venido emparedado. Dejad, dejad que vuelva de mi susto, señor; ¿conque es decir que si no hubiera sido vuestra majestad...?

Creí que iba a hablarme de ello, pero después de tocar distraídamente el anillo algunos instantes, dejó caer la cabeza sobre la almohada. No cuándo volveré a verle dijo con voz apenas perceptible. Tan luego vuelva a necesitarme Vuestra Majestad contesté. Cerró los ojos. Tarlein y el médico se acercaron. Besé la mano del Rey y salí con Tarlein. No he vuelto a ver al joven soberano.

¡Estas son pensaba, las herejes, las excomulgadas! Y con sus manos agitadas, temblorosas, continuaba preparando la ensalada. ¡Os felicito, señorita le dijo Bettina, por el perfecto orden que reina en vuestra cocina! Mirad, Zuzie; ¿no era así el presbiterio que deseabais?

Os agradezco en el alma vuestra solicitud, pero queréis que mis escuderos me traten más bien como viejo achacoso que como soldado aguerrido. ¿Y qué dices, Roger? ¿Por qué tan pálido? ¿No te alegra el corazón, como á , el ver las cinco rosas sirviendo de enseña á tan bizarros soldados?

Además, vuecencia me dijo le recordase que tenía que decirme algo acerca de la señora condesa de Lemos. En efecto, me importa saber uno por uno los pasos que da doña Catalina. Puedo deciros, señor, que cuando yo venía para acá, entraba vuestra hija en las Descalzas Reales. Nada tiene eso de extraño.

El pólipo no se resigna á quedarse pólipo: existe en vuestra república tal ó cual ser inquieto que afirma que la perfección de esa vida vegetativa no es vida, soñando otra mejor: irse y navegar solo, ver lo desconocido, el dilatado mundo, crearse, exponiéndose á naufragar, algo que va á despuntar en él y permanece obscuro entre vosotros: El alma. Hija de los mares.

5 por vuestra comunión en el Evangelio, desde el primer día hasta ahora. 9 Y esto oro: que vuestra caridad abunde aún más y más en ciencia y en toda percepción, 10 para que aprobéis lo mejor; que seáis sinceros y sin ofensa para el día del Cristo; 14 y muchos de los hermanos, tomando ánimo con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra de Dios sin temor.

¿Y un milagro es lo que ese señor ha menester? dijo Cervantes. Y tan milagro, que sería más fácil resucitar a un muerto. Pero ya, señor hidalgo, que yo he visto que sois tan amigo de la señora doña Guiomar, hablaros quiero, y de tal cosa, que importa grandemente a esa vuestra amiga y a vos; y venid donde nadie pueda oírnos, que más de lo que pensáis el secreto importa.