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Actualizado: 4 de julio de 2025


No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento.

Tenían que ataviarse y estar prontas antes del , que se tomaría temprano, y que debía animarles para el baile. Cuando la señorita Nancy entró, hubo por toda la casa un murmullo de voces, que se confundió con el ruido de un violín que estaba preludiando en la cocina. Pero la llegada de los Lammeter tenía evidentemente tan preocupadas a las gentes, que se asomaron a la ventana para verles llegar.

Estaban en sombra, nadie podía verles, y por entre la separación del cortinaje penetraba una faja de luz que Cristeta procuraba esquivar echando el cuerpo hacia atrás. Al moverse creyó dar con la espalda en el muro; pero Juan había sabiamente deslizado una de sus manos entre la pared y el cuerpo de ella, de modo que al querer recostarse quedó aprisionada por el talle.

Algunas matronas se erguían dignas y austeras, volviendo los ojos por no verles, pero al llegar a la otra banda del paseo lanzaban la noticia, una gran noticia para la gente ansiosa de novedades. ¿No saben ustedes?... Nélida, esa loca, ha abandonado a su escolta y está con el doctor español, el amigo de Maltranita. ¡Pobre hombre!

, Zaratustra, lo interrumpió Maltrana, que temía la charla del viejo . La mujer, si no tiene su buen traje, su bota ajustada y demás señorío, da su cuerpo al demonio. Adiós, gran filósofo; expresiones a la abuela. Zaratustra no le dejó marchar hasta enterarse de las señas de su domicilio. Alguna mañana que acabase pronto su tarea iría a verles y echarían un párrafo.

Al dar la vuelta de proa, entre el salón y el balconaje de avante, donde era menos viva la luz y nadie podía verles de lejos Fernando la atrajo a él, abandonó su brazo para envolverle el talle con rudo tirón, y la besó impulsivamente, al azar, en una mejilla, en la nariz, allí donde pudieron posarse sus labios.

A través del ventano se veían pasar las piernas de los transeuntes, de rodilla abajo, haciendo un ruido acompasado sobre las losas. Belarmino pensaba hallarse providencialmente metido en la entraña de la tierra, colocado en la raíz y cimiento de las cosas, y que para conocer a los hombres lo mejor era verles nada más que los pies, que son la base y fundamento de las personas.

Marchaban en tal estado de agitación que los esposos se detuvieron sorprendidos y recelosos. ¡Vicenta! Las domésticas tuvieron el paso, y al verles, el miedo y el dolor se pintó en sus semblantes. ¡Ay, señoritos del alma! exclamaron casi a un tiempo las dos. ¿Qué ocurre? preguntó Mario petrificado de terror. ¿El niño?... ¿un coche?... gritó Carlota sacudiendo a la niñera por el brazo.

Se llevó el emisario una mano al pecho en busca de un pito marinero, lo hizo sonar, e inmediatamente entraron en el comedor dos gendarmes alemanes de ridícula traza, con el casco abollado y pequeño para sus cabezas enormes, levitas angostas, pantalones cortos y un sable herrumbroso batiéndoles el flanco. La gente, al verles aparecer, rio con más espontaneidad que en la entrada de Tritón.

No sería correcto colocar mi sombrero en mitad de una acera, diciendo: "Yo soy Fulano de Tal, que he venido a verles. Echen algo para que me lleve un buen recuerdo de este país de riquezas". Por eso prefiero exhibirme en un teatro y justificar la generosidad del público con dos horas de aburrimiento y vulgaridades...». En el fondo, esto y nada más es una serie de conferencias.

Palabra del Dia

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