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Actualizado: 4 de julio de 2025


Por eso al verles juntos de pronto, cuando hasta ahora no habían cruzado dos palabras, todos suponen un sinnúmero de cosas.

Eran correajes y fusiles, y sobre éstos las blancas cogoteras de los tricornios de una pareja de la Guardia civil. Los dos soldados del orden se aproximaron lentamente, con cierto desmayo, convencidos sin duda de haber sido adivinados de lejos y llegar demasiado tarde. Jaime era el único que los miraba; los demás fingían no verles, con la cabeza baja o puestos los ojos en distinta dirección.

Martín no se opuso y esperó a que se preparasen para acompañarlas. Al salir los cuatro a tomar el coche y al verles Bautista desde lo alto del pescante, no pudo menos de hacer una mueca de asombro. El demandadero montó junto a él. Vamos dijo Martín a Bautista. El coche partió; la misma superiora bajó las cortinas y sacando un rosario comenzó a rezar.

Eran gentes bien dormidas y alegres, que lo manoseaban y querían encontrarlo expansivo y locuaz, como si al verles hubiera de experimentar forzosamente el mayor de los placeres. Muchas veces, la corrida no era única.

Mis pies se paran por mismos como si a cada instante se clavaran en el suelo, delante de los añosos árboles aislados por el lindero del bosque, debajo de los cuales, por casualidad o por costumbre, se reunían de ordinario los ancianos, las madres, los niños, parientes y amigos, cuyas voces creo oír aún, confusas, tiernas o infantiles entre el murmullo ya sordo, ya argentino del arroyo inmediato. ¡Ay de ! no volverán a sentarse en estas raíces, pero han dejado tal multitud de recuerdos, que hay momentos en que me parece que sólo están alejados de algunos pasos, que he equivocado el árbol o el claro del bosque para reunirme con ellos, y que voy a verles y oírles al doblar la senda.

D. Francisco, unos pobrecillos, almas de Dios... Como no nos manden acá otros descamisados que esos, ya podemos echarnos a dormir. Algunos se subieron a las habitaciones reales, y andaban por allí hechos unos bobos, mirando a los techos. Otros preguntaban por las cocinas. ¡Era un dolor, una cosa atroz, hijo, verles muertecitos de hambre! Me daba una lástima, que no puede usted figurarse.

Asunción y Presentación eran dos angelitos con quienes se deseaba jugar para verles reír, y para reírse uno mismo del grave gesto con que enmascaraban sus lindas facciones cuando su madre les mandaba estar serias.

«Les esperé para verles salir. Calle tal, número tantos. Me escondí en un portal. ¡Oh!, la suerte de ellos fue que no llevaba revólver...». ¡Matar!... ¿Lección a ella? ¿Y la tuya? ¿La mía, la mía? Ya la tengo, majadero. ¿Todavía quieres más lección? A esa traicionera que se la voy a dar, y gorda. Irás a presidio si matas. Pues iré contenta. ¿Y tu hijito?

La primera doncella se opuso: los señoritos habían madrugado; luego el viaje no tenía más remedio que haberles fatigado; debían acostarse temprano. ¿Qué iban a hacer sino someterse? Pero en aquel instante sonó el timbre de la puerta. Un joven que traía un bulto debajo del brazo quería verles.

Así se van ya todos acabando, Que es lastima de ver ruina tamaña; Los galanes y damas suspirando, En ver la muerte andar con su guadaña, Los niños descaecidos sollozando, Tragedia representan muy estraña; Y las madres maldicen su ventura, Por verles padecer tal desventura.

Palabra del Dia

buque

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