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Actualizado: 21 de junio de 2025


Mientras tanto, iba acercándose la noche; sus tonos grises se extendían por los atrincheramientos y por el abismo, envolviendo en el misterio aquellas horribles escenas. La gente iba y venía entre los despojos de la batalla sin reconocerse. Materne, después de haber secado la bayoneta, llamó a sus hijos con voz ronca. ¡Eh! ¡Kasper! ¡Frantz!

De pronto se escuchó a lo lejos sonar de cornetas cada instante más fuerte, y en seguida rumor de música militar que se venía aproximando. Después, en el repecho que forma la calle ante el Hospital, apareció un batallón de los acuartelados cerca de los Doks, que se dirigía a la estación del Norte.

He llegado a detestar a todo el mundo y a mismo más que a nadie. Estaba dispuesto a callar y comprendí que toda pregunta no lograría más que subterfugios y le irritaría más sin satisfacerme. Creí le dije, que tenías algún motivo accidental de preocupación o de apuro y venía a poner a tu disposición mis servicios o mis consejos.

Maripepa se había puesto colorada, porque en el fondo no le parecía mal para marido aquel joven derrengado. Bartolo dejaba escapar gruñidos de disgusto. Cuanto venía de la boca de Regalado le parecía execrable. El coro reía. No por qué se enoja la tía Jeroma repuso el mayordomo. ¿Tiene algo que decir de la novia? ¿No es limpia? ¿no es honrada? ¿no tiene manos de oro para el trabajo?

Yo apostaría a que son personas pudientes los padres de esta niña replicó el marica. ¡Adiós! ¡ya se nos va Manuel Antonio al folletín! exclamó la dama con una risita nerviosa. Las personas pudientes no dejan a sus hijos envueltos en estos andrajos. En efecto, la niña venía cubierta por unos trapos miserables y una manta raída y sucia.

Y ahora, Nélida, que venía hacia él contra toda lógica, cuando menos podía esperarlo; Nélida, «la de la boca de tigresa como decía Maltrana en su afición a los apodos homéricos , la de los ojos de antílope y la carne primaveral». En cuatro días tres amores... La vida de a bordo quería borrar con la rapidez de los hechos la monótona languidez de su ambiente.

Entró el rapista tan mudado de la fisonomía que otras veces tenía, que no le conoció la tía Zarandaja. Venía entre satisfecho y soberbio, y descontento y mohíno. ¿Y dónde habéis estado, señor Viváis-mil-años, le preguntó la vieja, que hoy no se os ha visto el pelo?

¿Ha tenido usted miedo, María Teresa? preguntó ansioso. Yo también. He temido un instante que el tul de sus mangas recibiera alguna chispa. No, no tengo nada, gracias, Juan respondió la joven. Luego miró riéndose a Martholl que venía hacia ella, y añadió, algo maliciosamente: ¿Qué ha ido usted a hacer cerca de la puerta, en vez de apagar este fuego artificial? Pues... llamaba al criado.

Al final de estas deliciosas rebuscas en el pasado, venía lo más interesante, lo más íntimo, el álbum de ella sólo le permitía hojear de prisa, obligándole a no mirar ciertas páginas. Era un volumen modestamente encuadernado en cuero negro con broches de plata, pero Rafael lo contemplaba como un prodigioso fetiche, con la adoración que inspiran los grandes hombres.

Y allí prosiguieron los cánticos, los brindis y los discursos filosófico-sociales de Antero. Mas he aquí que cuando más vivo era su entusiasmo y mayor el ruido, ven aparecer de lejos la figura estrafalaria del señor de las Matas de Arbín. Venía D. César montado en un jamelgo escuálido.

Palabra del Dia

rigoleto

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