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Ocultó el rostro entre sus manos y rompió a llorar. Para la señora de Aymaret, que hasta este instante mismo continuaba creyendo que Beatriz se había casado con Fabrice por un arrebato de amor, fue esta revelación tan nueva, tan imprevista, que en el primer momento no pudo responder a su amiga sino con vagas exclamaciones de admiración y lástima.

Pregunta á que es difícil contestar, y sobre la cual solo caben reflexiones muy vagas. El primer obstáculo que se encuentra es que el hombre se conoce poco á mismo; y entónces, ¿cómo sabrá lo que puede y lo que no puede? Se dirá que con la experiencia; es cierto; pero el mal está en que esa experiencia es larga, y que á veces da su fruto cuando la vida toca á su término.

El grande hombre estaba enfermo. Había transcurrido cerca de un mes sin que Aresti fuese á verle, pues no quería despertar con su presencia los recuerdos del millonario. De vez en cuando, llegaban á él vagas noticias del estado de Sánchez Morueta por los contratistas de las minas. Don José no iba al escritorio; don José estaba enfermo en su palacio de Las Arenas.

Mas como no pudo aportar otra cosa que sospechas atrevidas y vagas conjeturas, y como por otra parte existían dos datos positivos que las contrapesaban sobradamente, a saber, la hermosura y la riqueza excepcionales de la joven, la calumnia no produjo merma en los adoradores; sólo sirvió para que algún desengañado escupiese con más facilidad su bilis.

Uno solo, el bufón, el tío Manolillo, había adivinado el secreto del confesor del rey, y esto en vagas y fugitivas señales, cuando los celos devoraban al religioso, al oír decir al rey: Fray Luis, rogad á Dios por la vida de mi muy amada esposa; anoche su majestad me ha revelado que está encinta. Dos veces que el rey dijo esto al padre Aliaga, fué en presencia del tío Manolillo.

Hasta ayer sólo tenía vagas noticias de ello; ahora puedo darle un aviso concreto. Creo que es mañana cuando intentarán el golpe contra usted, gentleman. En cuanto á los instigadores del crimen, tengo formada mi convicción y nadie me hará desistir de ella.

Por el camino hablaba el viejo de su situación con tono melancólico; pero sus quejas eran vagas. Llegaron al paseo: una ancha faja de jardín en la orilla del río, exuberante de vegetación, pero tan sombría, que justificaba su título vulgar de «paseo de los desesperados». La concurrencia era la de siempre.

Pido ahora perdón por estas últimas páginas; pero, como el fin de la jornada se acerca y pronto vamos a separarnos, cuento con que serán leídas con aquella paciencia, llena de vagas esperanzas, con que se oye el último párrafo de un fastidioso que tiene el sombrero en una mano y la otra en el picaporte.

Frecuentemente las impresiones se introducen en nuestra alma de un modo subrepticio, sin que nos demos cuenta de ello; empiezan siendo vagas y fugitivas y por lo mismo pasan inadvertidas; pero lentamente van tomando cuerpo, haciéndose fuertes, y concluyen por apoderarse de la persona y gobernarla a su talante. Entonces pasan a la categoría de pasiones.

Clementina llegó a irritarse tanto que dejó bruscamente de ir a su casa. Volvieron a mediar cartas. No pudieron sacar más que respuestas ambiguas, vagas esperanzas. Al fin se decidieron a entablar la demanda, y comenzó un pleito que hizo estremecer de gozo a la curia. Cesó para Clementina toda felicidad.