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Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales.

El melancólico campanilleo sonaba ahora junto á él, y empezaron á pasar por el camino bultos informes que su vista turbia por las lágrimas no acertaba á definir. Sintió que le tocaban con la punta de un palo; y levantando la cabeza, vio una escueta figura, una especie de espectro que se inclinaba hacia él. Reconoció al tío Tomba: el único de la huerta á quien no debía ningún pesar.

El alcohol y las atroces caídas en el redondel le mantenían en perpetuo aturdimiento, como si la cabeza le zumbase, no permitiéndole mas que lentas palabras y una visión turbia de las cosas. Ordenó también al Nacional que fuese con ellos: uno más, y de discreción a toda prueba. El banderillero obedeció por subordinación, pero rezongando al saber que iba con ellos doña Sol.

Inclinó su rostro para verle mejor, y notó que abría sus velos y erguía la cabeza, queriendo hablarle y temiendo al mismo tiempo que pudieran oir su voz los grupos inmediatos. Gillespie creyó adivinar la personalidad del recién llegado. Debe ser Ra-Ra se dijo. Pero la turbia luz del crepúsculo no le permitía reconocerlo.

Repartiría los billetes de los grandes casinos entre los pobres, los fracasados, los parias de la injusticia de esta sociedad farisea y anticristiana. Este ideal altruista merece nuestros plácemes. El dinero del juego está amasado con dolor, con sangre, con toda la turbia gama del delito. El alquimista lo trocaría en alegría, esperanza, tranquilidad.

El comerciante, que, en general, procede de la parte más turbia de la sociedad, necesita, ya que no pueda decir que sus abuelos estuvieron en la conquista de Jerusalén, demostrar que su escritorio es algo sagrado y que todos sus pequeños útiles y procedimientos de robo constituyen ejecutoria de nobleza. Me chocó oír que don Matías hablaba repetidas veces de su clase.

Toda cabeza que se ponía al alcance de su vista turbia la sujetaba entre sus brazos, llevando á ella las narices. El más lejano perfume del licor de oliva despertaba su cólera. «¡Ah, lladre!...» Y dejaba caer su manaza enorme, blanda y pesada como un guantelete de esgrima.

La turbia claridad que bajaba de las nubes alumbraba apenas el libro. Ramiro leía por tercera vez el mismo pasaje de «La vanidad del mundo»: «Si fingiéramos que la tierra estuviese en el cielo estrellado y la tornase Dios clara como una de las estrellas, no se podría de acá abajo divisar por su pequeñez.

Al siguiente día dijo a Novillo que la obra se pondría inmediatamente en ensayo. Apolonio se hinchó hasta un punto inverosímil e incompatible con la elasticidad de la piel humana. Asistía a los ensayos, como Dios a la obra cotidiana y turbia de la creación, con aparente inconsciencia.

Los ojos veían, pero débilmente, como si la luz fuese turbia y una bruma rojiza envolviese los objetos. Creyó que una cara con bigotes, terminada por un sombrero de guardia civil, se inclinaba sobre la suya, mirándolo en los ojos. Movía los labios, pero él no oía nada. Era sin duda la pesadilla de sus antiguas persecuciones volviendo a surgir. Se fijaban en él, viendo que abría los ojos.