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Actualizado: 4 de junio de 2025
«¡Chitón! ¡silencio!» gritaban desde dentro los del tresillo; y don Pompeyo bajaba la voz, y el corro se alejaba de los tresillistas, lleno de respeto, obedientes todos, convencidos de que aquello del juego era cosa mucho más seria que las teologías de don Pompeyo, más práctica, más respetable.
Perico Castrillo había sido un talentazo, sólo que entre las mujeres y la bebida le perdieron, y murió loco en el hospital de Valladolid. Antonio Castrillo había sido el mejor jugador de tresillo de la provincia, después se había ido a jugar a Madrid, y allí se agenció de modo, siempre jugando al tresillo, que se hizo un nombre en la política y fue subsecretario en tiempo de Istúriz.
El tiempo es un médico que se pinta solo para curar estas cosas; y todavía he de ver yo a mi amiga más contenta que unas Pascuas, sin acordarse para nada de lo que tanto la aflige hoy. Y pronto, muy pronto... Y es preciso distraerse. ¿Sabe usted jugar al tresillo? ¿Yo? No sé más que el tute. Ese quiso enseñarme el tresillo; pero nunca lo pude aprender. No sabe usted bien lo torpe que soy.
Y usted, D. Narciso, tampoco ha venido ni ayer ni anteayer. ¿Qué ha sido de usted? ¿Reza también por las noches? dijo D.ª Marciala, que hacía calceta cerca de la mesa de tresillo; de vez en cuando alzaba las manos hacia el quinqué de los jugadores, para tomar un punto que se le había escapado. No, señora; yo no soy gran rezador. No tengo la virtud de la oración.
Más vale tomarlo a risa para no pelearme con todos, porque me están tomando por juguete. El general se ha ido del teléfono a hacer el cuarto en la mesa de tresillo. Dice que su hermana la condesa viuda, mamá de Narcisito, estaba jugando por él, y como es una chambona, le lleva perdida casi toda la paga del mes corriente. ¿Y quién me comunica todo esto?
D. Narciso le clavó una mirada singular, entre irónica y agresiva, que la joven no pudo ver, porque ponía empeño en no mirar cara a cara a su antiguo confesor. El P. Gil hizo un gesto de impaciencia, molestado por aquellos elogios, y para desviar la conversación de su persona, se encaró con uno de los que jugaban al tresillo.
Un corredor o galería, sostenida por columnas de mármol, le circundaba; y así en la galería, como en varias salas a que la galería daba paso, había mesas de tresillo, otras con periódicos, otras para tomar café o refrescos; y, por último, sillas, banquillos y algunas butacas. Las paredes estaban blancas como la nieve del frecuente enjalbiego, y no faltaban cuadros que las adornasen.
Mientras la dueña de casa se toma la cabeza entre las manos, éste ha abierto el piano, aquéllos han apartado la mesa del centro, uno, trepado en una silla, se ocupa de encender las velas de la araña superior, bien pronto suena un vals, la animación cunde, y cuando el dueño de casa vuelve de su partida de tresillo en lo de Silva o el Jockey, se le sale al encuentro agradeciéndole la amable fiesta que ha dado sin saberlo.
Se compone, como si dijéramos, de los altos funcionarios: de mi padre, que es el cacique, del boticario, del médico, del escribano y del señor vicario. Pepita juega al tresillo con mi padre, con el señor vicario y con algún otro. Yo no sé de qué lado ponerme. Si me voy con la gente joven estorbo con mi gravedad en sus juegos y enamoramientos.
Un buen golpe de gente ridícula, sin imaginación bastante para comprender ni gustar las dulzuras del tresillo, se había ido, con el Jubilado a la cabeza, a recorrer la posesión y visitar después el molino de nuevo sistema que el conde había montado hacía poco tiempo.
Palabra del Dia
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