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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Todos paseaban en aquel día de San Juan, todos estaban alegres, todos parecían felices; los tranvías iban llenos de gente, ávida de respirar, de divertirse, satisfecha de vivir...
Los jueves y los domingos, a la caída de la tarde, se estacionaban en la acera del Tribunal de Cuentas, frente a la portada churrigueresca del Hospicio, grupos de mujeres pobres con niños de pecho, viejos obreros, y una nube de muchachos, que entretenían la espera plantándose en medio del arroyo para «torear» a los tranvías, esperándolos hasta el último momento: el preciso para huir y no ser aplastados.
Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de gente al pie de las palmeras japonesas, junto al monumento de Massenet. Acababan de llegar varios tranvías de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna les aguardase en los salones y pudiera huir de un momento á otro, cansada de esperar. Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez.
Eran los vehículos de los traperos, unas cajas descubiertas de las que tiraban pequeños borricos. Los dueños iban tendidos en el fondo, continuando su sueño, con la tranquilidad que les daba el estar a aquellas horas la calle de Bravo Murillo libre de tranvías.
Otros, vestidos de lienzo azul, con gorras negras y reloj, se agrupaban frente a la estación de los tranvías, esperando los primeros coches. Eran maquinistas de fábrica, capataces, encargados de talleres, la aristocracia del trabajo manual, que se aislaba de los demás en su relativo bienestar.
Y es tal el entusiasmo que despierta, que no sólo se juega en los salones, clubs y casinos, sino también en los trenes, los tranvías, los antepalcos de los teatros durante las representaciones, las antesalas de los dentistas... ¿Y en los despachos de los ministros? ¿Y en las sacristías de las catedrales?... pregunté, por preguntar cualquier cosa.
No hay que enfadarse, caballeros dijo el viejo con vocecilla triste . Ya sé lo que es esto: tómenme ustedes el nombre. Uno de ellos escribió las señas del tío Polo, sin dejar de amenazarle por su torpeza, augurando que iba a costarle cara la fiesta. Rara era la semana que no tenía algún encuentro con los tranvías. A su edad debía quedarse en casa, sin meterse a guiar bestias.
La noche había cerrado. Bajo la luz de los faros eléctricos pasaban tranvías y automóviles hacia el interior de la ciudad. Siguiendo las arcadas de los antiguos edificios vecinos al puerto desfilaban grupos de trabajadores de los establecimientos marítimos. Barcelona, deslumbrante de resplandor, atraía á la muchedumbre.
Los tranvías pasaban atestados, con racimos de gente desbordando de sus estribos.
Un perfume agrio de escabeche y verduras mustias impregnaba el ambiente. El grupo de chiquillos que acosaba al trapero se dispersó al verle bien acompañado, ocultándose tras los primeros tranvías. De pronto, la mañana gris se iluminó con resplandores de oro. Rasgáronse los vapores blanquecinos; se abrió en el celaje un agujero de profundo azul, por el que pasó sus rayos el sol oculto.
Palabra del Dia
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