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Actualizado: 1 de junio de 2025
Entretanto, la plaza se anima, con los mecheros de gas, que se encienden y el rodar de los coches, que pasan. Los tranvías hacen sonar sus cascabeles y la corneta ensaya alegres aires; se siguen, se cruzan, doblan gallardamente las curvas de la vía, cada cual con su farol de color al frente y sus banderolas al tope.
Los pasajeros conocedores de la ciudad iban señalando en las montañas más abruptas unos rosarios de hormigas que rampaban entre la obscura vegetación: tranvías funiculares, de una pendiente casi vertical; vagones colgantes que escalaban las cumbres de bizarras formas, puntiagudas como agujas, corcovadas cual una joroba gigantesca, enhiestas y finas lo mismo que un minarete o un hierro de lanza.
Al otro lado, los tranvías corrían sobre los railes, obstruidos por carros y camiones, que sus conductores apartaban de la vía renegando al oír el pito de los mayorales, y por la larga acera de piedra, en silencio, paso a paso de arriba a abajo, se aburría autoritariamente la pareja de guardias de orden público, entonces llamados amarillos, sin otro consuelo que echar miradas subversivas a las criadas de buen ver.
Piaban los pájaros, saltando sobre la arena de las avenidas, pero sus gritos perdíanse entre el bramido de las locomotoras, el silbido de los tranvías y el mugido de algún vapor que entraba lentamente ría arriba. Aresti dió un vistazo á la acera llamada el boulevard, ocupada siempre por los curiosos estacionados ante los cafés.
Por un gran canal, cuyos lados los forman casas monumentales que ostentan sus cien ojos de vidrio y sus tatuajes de rótulos, pasa un río caudaloso, confuso, de comerciantes, corredores, caballos, tranvías, ómnibus, hombres-sandwichs vestidos de anuncios y mujeres bellísimas. Abarcando con la vista la inmensa arteria en su hervor continuo, llega a sentirse la angustia de ciertas pesadillas.
Calles espaciosas, cómodas, muy bellas algunas, como Broadway o la Tercera Avenida, parques suntuosos, iglesias monumentales, de todos los estilos conocidos, pero nuevecitas, en hoja, acabadas de salir de la caja, edificios soberbios, regulares, todos los progresos de la edilidad moderna, teatros pequeños pero elegantes, ferrocarriles y tranvías en todas direcciones... pero jamás aquellas encrucijadas de París, de Viena y de las ciudades italianas, en las que un viejo balcón saliente detiene la mirada, o un mármol ennegrecido por el tiempo serena el espíritu con la armonía de sus líneas.
Llegaba hasta ellos el movimiento invisible de la ría, el ruido de los tranvías al otro lado de las planchas de hierro que cubrían las verjas. El millonario mostraba su satisfacción al verse solo con el médico, el único amigo que le inspiraba confianza, y como prueba de cariño le echó sobre un hombro una de sus manazas.
Atravesó el automóvil varias líneas de ferrocarril tendidas a lo largo del río. Pasaba entre largas filas de carros enormemente cargados, que hacían temblar el suelo. De los depósitos surgían los más diversos olores, revelando el movimiento y la vida de un gran puerto. Luego, los vehículos mercantiles fueron más escasos, y aumentó el número de automóviles y tranvías.
Extendíase esta frente a ella, solitaria por completo, subiendo en suave declive hasta la de Serrano, y veíanse cruzar a través, con cierto aspecto fantástico, como por el cristal de una linterna mágica, transeúntes que el frío hacía marchar apresurados, coches que llevaban máscaras a los bailes, y de cuando en cuando, los tranvías que subían y bajaban con sordo ruido, pareciendo a lo lejos monstruosos faroles ambulantes.
El Manitas, trémulo aún por los recientes peligros, se vio rodeado, empujado, levantado en alto por la ruidosa pillería, y así marchó llevado en triunfo desde la plaza a las Ventas, por el final de la calle de Alcalá, seguido de las miradas curiosas de la gente de los tranvías que cortaban irrespetuosamente la gloriosa manifestación.
Palabra del Dia
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