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Pero, me diréis, ¿los bogotanos no pasean, no tienen un punto de reunión, un club, una calle predilecta, algo como los bulevares, nuestra calle Florida, el Ring de Viena, el Unter den Linden de Berlín, el Corso de Roma, el Broadway de Nueva York o el Park-Corner de Londres? , pero todo en uno: tienen el Altozano.

El edificio Produce Exchange, entre sus muros de hierro y granito, reúne tantas almas cuantas hacen un pueblo... He allí Broadway. Se experimenta casi una impresión dolorosa; sentís el dominio del vértigo.

No lo , ave de paso, extranjero, he pasado más de una hora en la intersección de la Quinta Avenida y Broadway, con ese aire imbécil que tiene un huésped instalado en la puerta del hotel que habita, saciando mis ojos con el cuadro encantador que se renovaba sin cesar. No puedo decir que los hombres me hayan seducido tan francamente; el tipo general es de una vulgaridad aplastadora.

La moral neoyorquina no es ni más severa ni menos lata que la de cualquier centro europeo; pero es un hecho, que cualquier extranjero habrá podido observar, que, ni aun en las horas de la noche, en el seno de las grandes corrientes de Broadway o de la calle 18 o de la Tercera Avenida, se notan esas solicitaciones repugnantes que hacen imposible a las familias el acceso a los bulevares de París o de ciertas calles de Londres.

Y haciendo un esfuerzo supremo, se levantó y siguió marchando en pos del fantasma por las calles interminables, negras, heladas.... Como marchamos todos á través de las asperezas de la vida, guiados por nuestros recuerdos, al encuentro de la Ilusión. El periodista Isidro Maltrana habló así á sus amigos en un pequeño restorán de Broadway: Me veo obligado á buscarme la vida en Nueva York.

Los dandys de Broadway no les ceden en nada a los de Hyde Park Corner... Pero de pronto pasa un pantalón al tobillo, a cuadros habana, con un jacquet invisible, a manera de cornisa, que os arroja en la más profunda desolación. En general, los hombres parecen de viaje, camino de la estación, con cierto temor vago de perder el tren.

¿Por qué vino tu imagen a mi memoria, Stella, alma, dulce reina mía, tan presto ida para siempre, el día en que, después de recorrer el hirviente Broadway, me puse a leer los versos de Poe, cuyo nombre de Edgar, harmonioso y legendario, encierra tan vaga y triste poesía, y he visto desfilar la procesión de sus castas enamoradas a través del polvo de plata de un místico ensueño?

Calles espaciosas, cómodas, muy bellas algunas, como Broadway o la Tercera Avenida, parques suntuosos, iglesias monumentales, de todos los estilos conocidos, pero nuevecitas, en hoja, acabadas de salir de la caja, edificios soberbios, regulares, todos los progresos de la edilidad moderna, teatros pequeños pero elegantes, ferrocarriles y tranvías en todas direcciones... pero jamás aquellas encrucijadas de París, de Viena y de las ciudades italianas, en las que un viejo balcón saliente detiene la mirada, o un mármol ennegrecido por el tiempo serena el espíritu con la armonía de sus líneas.