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Actualizado: 28 de julio de 2025
En dicha ensenada quedó formado Atimonan el año 1637, siendo hoy el pueblo más rico de la contra-costa de Tayabas. Su extenso territorio, que abarca de costa á costa, produce preciosas maderas, inmejorables resinas, cera, maíz, café, cacao, abacá y aceite. Las ceras de Atimonan son de una pureza y transparencia tal, que pocas habrá que las igualen.
Después, dirigiéndose a Elena, que estaba escuchando con profunda atención, le preguntó: ¿Qué comprendes tú de todo esto, hija mía? Bajo la transparencia de su piel corrió la llama de rubor. La muchacha bajó los ojos sin responder; pero su cortedad divertía a Lacante, que insistió: Vamos a ver, dinos lo que piensas.
Vívidamente brillaron en su recuerdo las incidencias de un viaje a la provincia de Jujuy; el largo tren, arrastrado por la máquina jadeante, trepaba con fatiga la pendiente, arrojando coronas de humo que se diluían sobre la transparencia del aire; y todo el paisaje giraba desplazando lentamente las vastas montañas.
Dos caracteres hacen agradable el Mediterráneo sobre todas las cosas: su plan tan armónico y la vivacidad, la transparencia de la atmósfera y de la luz. Es aquél un mar azul muy amargo, saladísimo; perdiendo por la evaporación tres veces más de agua que la que le traen los ríos.
La doble redondez del firme pecho, sin compresión ni arrimo, se estremecía suavemente, al moverse la hermosa, entreviéndose por la transparencia de la tela su puro color de rosa y nieve. Recogidas con gracia en alto las abundantes crenchas de sus negros cabellos, dejaban ver el cuello despejado y cuan bien puesta se erguía sobre él la noble cabeza.
Las llamas rojizas, que subían su lengua humosa en la calma de la noche sin el más leve temblor, iluminaban la transparencia dorada del vino. ¿Pero qué era aquello?... Y volvían todos a paladearlo después de admirar su hermoso color, y abrían los ojos desmesuradamente con asombro grotesco, rebuscando las palabras, como si no pudiesen expresar toda la veneración que les infundía el líquido portentoso.
Procuraba mostrarse impasible, pero su rostro, tan pronto palidecía con la transparencia de la cera, como se arrebolaba con una oleada de sangre. El señor Fermín bajó la cuesta de la viña, yendo al encuentro de unos arrieros que pasaban por la carretera. Su aguda vista de campesino les reconocía desde lo alto.
Toda la historia del hombre europeo cuarenta siglos de guerras, emigraciones y choques de razas la explicaba el médico por el deseo de poseer este mar de marco armonioso, de gozar la transparencia de su atmósfera y la vivacidad de su luz.
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un buen trecho para escapar al pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un raigón. De las doce bolas, siete contenían polen. Pero las restantes estaban llenas de miel, una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó golosamente. Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo.
Ocupaban en ese momento la cima de la loma, como esa mañana. Sobre el cielo pálido y frío, sus siluetas se destacaban en negro, en mansa y cabizbaja pareja, el malacara delante, el alazán detrás. La atmósfera, ofuscada durante el día por la excesiva luz del sol, adquiría a esa hora crepuscular una transparencia casi fúnebre.
Palabra del Dia
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