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Muy temprano, en la mañana del día en que el nuevo Gobernador había de ser elegido por el pueblo, fueron Ester y Perla á la plaza del mercado, que ya estaba llena de artesanos y otros plebeyos habitantes de la ciudad en número considerable.

Después, a modo de novio en víspera de boda, quemó en la chimenea varios retratos y un puñado de cartas, y, por último, llamó a Benigno, quien oyó con verdadero asombro estas palabras: Mañana temprano me pones encima de esa butaca un traje gris, de americana, la manta de viaje con las correas, una gorra y el gabán de pieles.

La niña le abocó con aquel gesto alegre y travieso, lleno a un mismo tiempo de malicia y de candor, que por ser peculiar de su carácter, no había podido vencer con ningún esfuerzo. te habrás levantado temprano, por supuesto, para oír misa. ¡Oh!, no repuso Ricardo sonriendo ; salía a dar un paseo por el campo, que debe de estar muy hermoso.

Se retiraba a su camarote: gustaba de acostarse temprano; esta noche había sido extraordinaria. Ojeda se ladeó como si intentase cortarla el paso, al mismo tiempo que su voz se hacía más suplicante. ¿Irse? ¿Dejarlo en la soledad de aquella fiesta, donde todo le era extraño y antipático?... Se sentía enfermo. Pero ella le atajó con su ironía helada. Debe ser el estómago.

El de Luzmela volvió a recostarse en el sillón, cerró de nuevo los ojos y cruzó otra vez las manos murmurando: Siga, siga la lectura, don Juan, y dispensen. Don Juan leyó otro ratito; él y don Pedro se miraban mucho aquella noche, y, más temprano que de costumbre, se despidieron. Encontraron en el corredor a Rita, que subía con Carmen de la mano, y le dijeron: El amo está peor, ¿eh? ¿Peor?

El aya, devorada por una fiebre interior, se puso de pie, y dirigiéndose a la puerta: Podéis estar tranquilo, Mathys. Mañana temprano estaré levantada para ir a hablar a la señora, y si durante la noche hubiera inventado nuevas celadas contra vos, vendré en seguida a revelároslas. En todo caso, no le digáis nada antes de que nos volvamos a ver. ¡Buenas noches!

Cuando supo que no volvería yo al colegio, exclamó: ¡Qué se ha de hacer! ¡Conformarse con la voluntad de Dios! ¿Cuándo me mandan ustedes a este muchacho?... Que vaya a pasar conmigo algunos días. Le mandamos la mula; sale temprano de aquí, y en la noche estará con nosotros. Acepté la invitación. Cualquier día, señor cura... tendré mucho gusto.... Angelina se presentó en la sala.

Desde muy temprano había sentido él síntomas premonitorios de estas emociones.

Al través de los cristales sucios percibíase la figura rígida de algún santo con nimbo de metal o el rostro sombrío y angustiado de un Eccehomo. Era demasiado temprano para que hubiese mucha gente.

Cuando cerré mi carta, estaba yo tranquilo. En ella le hablé francamente: «¿A qué pensar en eso, Linilla mía? ¡Te amo, te adoro! ¿Qué motivos tienes para dudar de mi fidelidad? Me ofendes cuando dices que tarde o temprano he de olvidarte. Angelina: eres cruel conmigo, y no temes lastimar mi corazón. ¿No dices que me amas? Pues entonces, ¿por qué dudas así de mi cariño?