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Pueden ustedes retirarse cuando gusten. ¿Ha puesto alguna resistencia? preguntó Rivera. Absolutamente ninguna. Queda tan sosegado esperando que mañana le he de enseñar el consabido individuo... Hoy no puede ser añadió sonriendo; se encuentra ya durmiendo. Quedaron los tres silenciosos y tristes. Mario preguntó al fin tímidamente: ¿Sería posible verlo sin que él nos viese, antes de irnos?

Miró también Ponte al clérigo, después a la señora, atormentado por ciertas dudas que inquietaron su conciencia. «Benina es un ángel se permitió decir tímidamente . Pida o no pida limosna, y esto yo no lo , es un ángel, palabra de honor. ¡Quite usted allá!... ¡Pedir mi Benina... y andar por esas calles con un ciego!... Moro, por más señas indicó D. Romualdo.

La apretó tímidamente primero, después con más energía: al cabo la acarició con cariño, rozándola suavemente por encima. Maximina le dejaba hacer, sin soñar con retirarla, como si fuese una cosa muy natural.

Peregrín, debes tener presente que no le has hecho más que una visita en Madrid, y por la noche, según me has dicho apuntó tímidamente D. Juan. El ex-gobernador arrojó a su hermano una mirada de indecible desprecio. Juan, no metas la pata. Peregrín, no por qué... ¡Juan!... ¡Peregrín!... ¡Que no la metas! ¡Que no la metas!

»¿Quién ha roto este jarrón? »Carlos permaneció silencioso. »¿Quién ha roto este jarrón? repitió el Duque con voz imperiosa, levantando el bastón. »¡He sido yo! repuso tímidamente el generoso Carlos. »Disponíase el Duque a golpearle, cuando apareció Teobaldo.

Aguardaba la noche y después de cenar y rezar el rosario y meter en la cama á los pequeños, se desplegaba solemnemente el documento y se leía en alta voz con igual calma y aparato que si fuese un rescripto imperial. Tratándose de las de Demetria, la tía Felicia protestaba, aunque tímidamente, del aplazamiento, pero no le valía de nada.

Yo he renunciado a todo hace tiempo, querido. Di lo que quieras y tómate el tiempo que se te antoje. Tímidamente y ruborizándose muchas veces, Mario le contó lo que le pasaba, rogándole con insistencia el secreto. Cuando terminó de hablar, Miguel permaneció grave y pensativo. Al cabo dejó escapar un leve bufido de desprecio. ¡Camarada, qué suegra te ha tocado!

Los médicos diferían sobre la causa del mal, pero ninguno se atrevió a responder de la curación. El señor Le Bris había perdido la cabeza como un capitán de barco que encuentra un banco de rocas a la entrada del puerto. El señor Delviniotis, más tranquilo, aunque no había podido menos que llorar, abrigaba tímidamente un resto de esperanza.

Tendréis muchos hijos y, después de una vida larga y dichosa, iréis al cielo. Sorprendiole a Luis aquella resignación y no pudo menos de sentir alguna inquietud. ¿Y serás también feliz? le preguntó tímidamente. ¿Yo?... ¡Qué importa que yo sea feliz o desgraciada! dijo alzando los hombros con ademán desdeñoso. ¡No digas eso, Amalia!

Yo no soy de las que se muestran ingratas y penetrada de agradecimiento hacia usted, estoy dispuesta á darle la prueba que me pida. Los ojos de Tragomer se turbaron, temblaron sus labios, quiso hablar y no pudo. Alargó tímidamente la mano y permananeció inmóvil y mudo, con el pecho agitado por una emoción indescriptible.