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Actualizado: 25 de junio de 2025
El soldado que lo guía cambia de dirección para no aplastar á esta desesperada que permanece inmóvil, con los brazos en alto. Su prudencia resulta inútil, pues la mujer, moviéndose en igual sentido, marcha á su encuentro. La multitud grita de angustia. Con un violento tirón de frenos, el automóvil se detiene cuando su parte delantera empuja ya á esta suicida. Debe haber recibido un fuerte golpe.
Mario se sintió perdido y luchó en vano por desasirse: con el brazo libre trató de ganar la orilla que estaba próxima; pero el suicida le sujetaba férreamente; no era posible nadar. Sumergiose por dos veces. Al salir la segunda gritó con fuerza: ¡Socorro! Estaba a punto de perder el conocimiento y dejarse ir al fondo.
Se hablaba de un desesperado que se había quitado la vida, y los más condenaban al suicida; pero ella había expresado un sentimiento de que los creyentes no son capaces: no era cierto, decía, que la renuncia a la existencia acarreara una condena inevitable: no era cierto que la fe condenase en todos los casos la muerte voluntaria.
Por eso, generalmente, cuando a Fulanita le agregan una cuarta más de tela al vestido, no vuelve a mirar ni por casualidad a Fulanito, el cual lo encuentra naturalísimo y no se desmejora por ello ni se suicida. Tales eran las relaciones, con muy leves variantes, que sostenía nuestra Marta con Manolito López.
El hombre á caballo parpadeó vivamente bajo la visera de su gorra, hizo un movimiento de sorpresa y de cólera; quedó indeciso contemplando al prisionero. Los ojos agresivos de éste parecieron devolverle la calma, y miró á otra parte, levantando los hombros levemente. «¡Suicida!» Y esta palabra, que pareció proferir el enemigo con su indiferencia afectada, irritó aún más al comandante.
PABLO Verlaine tenía una sed fatal, una sed monstruosa y suicida, y bebió hasta la muerte. Tal vez oía la voz de una sirena fabulosa en el fondo glauco del ajenjo. El ruiseñor protervo iba al café D'Harcourt y bebía, bebía... Las cuartillas aguardaban en una carpeta, junto al tintero feo, mezquino, de fosforero de café.
Y la atmósfera de pasión que ella respiraba en casa de las Aliaga, la abuela reaparecida en el claror de la luna, la dolorosa idea de su padre suicida por amor, todo seguía atrayendo sobre ella una impalpable influencia. Una especie de ingenuidad pura, algo como deseo sobrenatural, se infundía en Adriana por la idea de que su corazón se apasionaba.
Pero enseguida reflexionó que ni por aquella ciudad pasaba río alguno, ni él tenía vocación de suicida. Pasó junto al café de la Oliva, donde solía tomar Jerez con bizcochos algunos domingos, al volver de misa mayor, y el deseo de un albergue amigo le penetró el alma. Entró, subió al primer piso, que era donde se servía a los parroquianos. Se sentó en un rincón oscuro. No había consumidores.
Señora, yo no he dormido ¿sabe?; pero he almorsado con varios amigo debaho de uno y no nos ha pasao ná. Entonces, ¿cómo se suicida Sélika en La Africana acostándose a la sombra de ese árbol? Eso es una patraña, una invensión de los poeta ¿sabe? Será una cosa bonita, pero no tiene nada de verdá.
Los devotos de otros matadores, serenos ya y libres del arrebato que los había arrastrado a todos, rectificaban su espontáneo movimiento, discutiendo a Gallardo. Muy valiente, muy atrevido, un suicida; pero aquello no era arte.
Palabra del Dia
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