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Actualizado: 25 de junio de 2025


Y si no los había, ni podía encontrarla, valía más dormir eternamente dentro de la caja del cementerio, que andar soñando aquí abajo, como sonámbulo. Cogió el revólver y lo examinó, hizo jugar el gatillo, colocó las balas diminutas, y delante del espejo, como aquel suicida célebre, se paró, acercando la boca del arma a la sien...

Cesó de pensar en el suicida para ocuparse únicamente de su amigo. «¡Pobre Federico! ¿Qué va á ser de él?...» Y tomó inmediatamente un automóvil para que le llevase á la avenida Henri Martin. El ayuda de cámara de Torrebianca le recibió con un rostro de fúnebre tristeza, como si hubiese muerto alguien en la casa.

La humildad teníala en el corazón el hijo del ahogado y la suicida, que si no la tuviese, no sería fácil que se la inculcaran las burlas y desprecios de sus compañeros, ni los paternales azotes del maestro y de sus protectoras: porque éstas todas se creían con derecho a amarle, pero a castigarle también. Era la suya una naturaleza amante y agradecida.

Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto á la entrada de los salones privados, cuando notó cierto revuelo en el público. Se buscaban los grupos para transmitirse una noticia; los antiguos clientes se agitaban con una emoción profesional. Algo importante estaba ocurriendo.

Los prudentes torcían el gesto ante sus proezas; le creían un suicida con suerte, y murmuraban: «¡Mientras dure!...» Sonaron timbales y clarines, y salió el primer toro.

Yo soy siempre cruel con el cobarde, más no hace caso ¡por Dios! de los poetas: somos locos enfermos de la vida y es que para curar nuestro pensar suicida la sociedad no encuentra una receta. ...................................... Tenéis derecho a vuestra dicha de hoy; pues que es la libertad a cambio de amor.

¿Los ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su pipa, expresan acaso desesperado valor? Es posible. De todos modos, el padrastrillo, después de mirarme fijamente, se encogió de hombros, levantando hasta mi cuello la sábana un poco caída. Me parece que mejor haría en ser amigo de este microbio murmuró. Creo lo mismo le respondí. Y me dormí.

A la mañana siguiente se encontró el cadáver de la niña bajo el puente. Entre las frescas campanillas de los frondosos suspiros descansaba el cuerpo de Hasay. ¿La mató el rayo del sentimiento que hace estallar el corazón ó la última resolución del suicida? ¡Dios y la muda y poética naturaleza, únicos testigos, solo lo saben! Y bien dije á mi amiga,¿por qué murió Hasay?

Ante este reproche, con ira, con desesperacion, como quien se suicida, Julî cerró los ojos para no ver el abismo en que se iba á lanzar y entró resuelta en el convento. Un suspiro que más parecía estertor se escapó de sus labios. Hermana Balî la siguió haciéndole advertencias... A la noche se comentaban en voz baja y con mucho misterio varios acontecimientos que tuvieron lugar aquella tarde.

Había sido un suicida con suerte en los primeros tiempos, cuando necesitaba crearse un nombre, y la gente no transigía ahora con su prudencia. El insulto acompañaba siempre a sus intentos de conservación. Apenas tendía la muleta ante el toro a cierta distancia, estallaba la protesta. ¡No se arrimaba! ¡tenía miedo!

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