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Actualizado: 25 de junio de 2025
Presenció el tercer acto de Otelo, aquel terrible acto cuya música parecía ser digna continuación del Dies iræ de la mañana, en la que Rossini parecía completar a Thalberg; y al llegar a la escena en que el moro se suicida después de asesinar a Desdémona, tan en serio tomó la tragedia que estuvo a punto de gritar como Aria a Petus: ¿Verdad, Otelo, que no hace daño?
Y la vida huyó de aquel cuerpo, arrojada por el espíritu obcecado, que decía no querer nada de ella, porque él no la había llamado... Ya las zancadas y los gritos de Agapo se oían de nuevo. ¡Quilito! ¡Quilito! Dos hombres venían con él. Y todos tres buscaban, olfateando como lebreles, más cerca, más lejos, se iban y volvían, hasta que el pie del filósofo dió con el cuerpo del suicida.
Palabra del Dia
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