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Actualizado: 25 de junio de 2025


Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias! Lubimoff se encogió de hombros.

Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come, y si la duquesa da algún paseo por la montaña, siempre es con él. ¡Sólo le falta dormir en la casa!... Cuando tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un recado al hotel de los oficiales. El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en su interior la exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo mismo le decía Valeria.

Este desorden le hacía lamentar una vez más la escasez de personal. La servidumbre se levantaba tarde, á causa de sus esperas nocturnas. Por esto el coronel sentía la satisfacción de un gobernador de fortaleza que ve todas las poternas cerradas y siente las llaves en su bolsillo, las noches en que no faltaba ningún compañero del príncipe. Después de la comida escuchaban á Spadoni.

Me da miedo entrar en mi casa; siento terror y esperanza. ¡Ay, la noticia que puedo recibir de un momento á otro!... Di: ¿ crees de verdad que no le ha pasado nada?... ¿ crees que podrá volver?... Spadoni entró en la habitación de Novoa con el propósito de hacerle hablar.

Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco Spadoni. ¡Oh, Alteza! Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese visto el día anterior. Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no habían sido abiertos ni descorridas las cortinas.

Un empleado del club trajo una botella de mimbre que contenía diez bolas numeradas, y después de agitarla, arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno. Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil, casi palmoteó de alegría. La suerte había favorecido á Spadoni; de él era la banca.

Primeramente, Castro... Luego, Novoa. Hasta el coronel estaría en aquel momento paseando ante la tienda de una modista, á la espera de la chica del jardinero. Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco. Para él no existía otro femenino que el de la ruleta. Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico, donde empiezan los jardines de San Martino. Alicia pagó al cochero.

Aún se acordaban muchos de su fortuna asombrosa como banquero en el Sporting-Club. Era una noche histórica. Además, sabía por Valeria que la duquesa le había hecho un buen regalo. ¡Incomparable duquesa! dijo con entusiasmo el pianista . Siempre gran señora. La pobre, en medio de su desesperación, se acordó de . «Tome usted, Spadoni, y que tenga mucha suerteMe regaló veinte mil francos.

Este idiota, sumergido en su gloria, no lo entendía: y si le entendía, se negaba á obedecerle. La voz del príncipe fué cayendo con una lentitud temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo. ¡Spadoni, pianista de los demonios! ¡La última! dijo el músico. Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos de que terminase un juego que parecía un maleficio.

Se encontraban muy de tarde en tarde. ¿Cómo podían verse, si él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de entrar en las salas de juego?... Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la timidez del novato, y por eso pierde. No tiene la estofa de nosotros, los verdaderos jugadores. Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese perdido nunca y poseyera todos los secretos del azar.

Palabra del Dia

rigoleto

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