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Actualizado: 25 de junio de 2025
El catedrático se preocupaba ahora de los misterios del azar, y Spadoni estaba convencido de que encontraría algo mejor que todo lo que llevaban inventado los simples jugadores. Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado de Novoa. Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de cartón, ¡y sin embargo, resulta inmensa como el universo!
Los quince mil francos de Alicia estaban en peligro. Aquel hombre no quería que la banca continuase. Si ganaba, desaparecía de golpe todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se doblaba el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente. ¡Cuando un hombre de tan buena suerte se atrevía á hacer esto!... Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande hombre.
Llevando el cestillo ante ella con los brazos extendidos, pasó entre los grupos, lentamente, con una majestad hierática, dirigiéndose hacia la caja del club. Permaneció Spadoni junto al príncipe. También sudaba, mientras su rostro tenía la palidez de la emoción. ¡Qué noche, Alteza!... ¡Qué noche!
Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que el príncipe se dirigía á Novoa. A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive en el viejo Mónaco, en la casa de un empleado del Museo, y su alojamiento no debe ser gran cosa. Además, como decía Atilio, gana usted mucho menos que un croupier del Casino. Y mirando á sus convidados, añadió: Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo.
¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos! gemía Toledo . Y ahora parece que los van á llamar de Italia para que sean soldados... ¡Más hombres á la guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola? Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos la disciplina de la comunidad. El primero que faltó fué Spadoni.
Ellas, huesudas y distinguidas, con amplios escotes y largas colas, lanzaban un «¡oh!» de asombro cada vez que el croupier se llevaba con la raqueta las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del bolsillo interior del smoking nuevos puñados de billetes, saludando su derrota con metálicas risas. Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos.
Varias cartas del príncipe habían quedado sin contestación. Alicia mostraba la firme voluntad de no ver á su pariente, como si su presencia pudiera hacer más vivo aquel dolor que la tenía alejada del mundo. Spadoni, ignorante de todo esto, persistió en sus elogios á la duquesa. ¡Hermoso corazón! Necesita siempre cerca de ella un desgraciado á quien proteger.
Pasaba el tiempo, y de un momento á otro iban á adjudicar la banca. Creyó de nuevo en su buena estrella al ver á un joven deslizándose tímido entre los grupos. ¡Spadoni!... ¡Spadoni!
Pero Castro se guardaba de añadir que muchas veces pedía prestado á Spadoni su archivo para comprobar los propios cálculos, y á pesar de burlarse de sus invenciones, arriesgaba sobre ellas algún dinero, por una superstición de jugador que cree en el instinto de los inocentes. Después del almuerzo, los dos se apresuraban á marcharse al Casino.
Entonces se presentó Spadoni. Castro tenía una idea vaga de que pagó el primer mes, pero no estaba seguro de ello. Lo que sabía con certeza era que no pagó más. Los propietarios, residentes en París, habían acabado por aceptar esta situación, viendo en el pianista un cuidador gratuito de aquella casa que les inspiraba miedo.
Palabra del Dia
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