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Actualizado: 22 de junio de 2025


Cinco ó seis horas de casino todos los días le bastaban para gastar más con su persona que otros muchos con toda su familia. Vestía con lujo, pero caprichosamente y sin someterse á la moda: traía sortijas de valor en los dedos y fumaba los mejores cigarros de la provincia. ¿Por qué era republicano? Nunca hemos acertado á comprenderlo.

Al apartarse, Paz le sujetó las manos y, fijando en él los ojos, le dijo, ansiosa de leerle el pensamiento en la mirada: ¿De verdad me quieres? ¡Ojalá estuviera tan cierto de que llegarás a ser mía como lo estoy de mi cariño! Ella se quitó entonces un anillo de oro que llevaba entre otras sortijas, y poniéndoselo a Pepe, le dijo, con la leal franqueza de quien entrega el alma: ¿Entiendes?

Perdió, picóse, sacó Unos escudos, y luego, Terciando mi primo el juego, 595 Cuatro sortijas perdió. Mas vamos á lo que importa. DO

Pues bueno. Hay dos sortijas. No son mías: son del Rey de Bastos, un amigo de Rumaldo, que se las dio a guardar, y Rumaldo me las dio a . Pues... Si usted me da su palabra de desempeñarlas dentro de ocho días y traérmelas, pero palabra formal, ¡San Dios! lléveselas... Darán los diez por largo, pues una de ellas tiene un brillante que da la catarata». Poco más se habló.

Como nuestro hombre es avaro, conviene que se quite usted los guantes para que brillen bien las sortijas, y que se desabroche las solapas para que relumbre la cadena. Don Simón comenzó a obedecer como un recluta, y luego dijo: ¿Y cree usted que será conveniente que yo pronuncie algún discursito? ¿Trae usted alguno bien estudiado?

¡Alto! ¡alto! ¡alto! exclamó atropellándose una señora que tenía una verruga en la nariz y gastaba sortijas de pelo en las sienes. Ya principia D.ª Faustina exclamó D.ª Feliciana con mal humor. ¡Bendito sea Dios, señora, qué suerte tiene usted!

Gracias, Santos, gracias: de mi cuenta corren vuestros adelantamientos: por lo pronto guardad esto en memoria mía. La condesa se sacó del seno un relicario de oro guarnecido de perlas y diamantes y del hermoso cuello la cadena de que pendía. Había algo de tentación en dar á un hombre una prenda tan íntima, cuando podía haberle dado una de las ricas sortijas que llevaba en las manos.

Con decir que bajo los puños rizados de encaje, sobre las manos preciosas por mismas y riquísimas por sus sortijas, se veían dos pulseras asimismo de perlas y diamantes, y que también diamantes y perlas salpicaban las anchas trenzas negras de la Dorotea, está hecha la descripción de su atavío. Todo aquello, y otra infinidad de trajes y de alhajas, era regalo también del duque de Lerma.

Limpiaba pacientemente la sombra, como un buscador de tesoros, agachándose en el misterio de los palcos para guardar en sus bolsillos los hallazgos: abanicos de señora, sortijas, pañuelos de mano, monedas caídas, adornos de trajes femeniles, todo lo que dejaba tras su paso una invasión de catorce mil personas.

La vieja le saludaba con cariño y respeto, viendo en él la gloria de la familia. Sus ojos lacrimosos y enrojecidos le miraban acariciadores, pero al mismo tiempo no se atrevía a tenderle los brazos, a poner en él sus manos negras y huesosas, con los dedos cargados de sortijas de latón. Su nariz de bruja y su barbilla saliente asomaban bajo un pañuelo rojo que la oprimía las sienes.

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