Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 28 de junio de 2025
En uno de sus viajes desde el castillo al pabellón, la muchacha fué llamada por el alemán. Permaneció erguida ante su mesa, tímida, como si presintiese un peligro, pero haciendo esfuerzos para sonreir. Mientras tanto, Blumhardt le hablaba acariciándole las mejillas con sus manazas de hombre de pelea. A Desnoyers le conmovió esta visión.
Sólo el Provisor se contentó con sonreír, inclinarse y poner cara de santo que sufre por amor de Dios el escándalo de los oídos. El Arcediano rio sin ganas. La historia de Obdulia Fandiño profanó el recinto de la sacristía, como poco antes lo profanaran su risa, su traje y sus perfumes. El Arcipreste narraba las aventuras de la dama como lo hubiera hecho Marcial, salvo el latín.
Julî se había cambiado mucho; había perdido su alegría, nadie la veía sonreir, hablaba apenas y hasta al parecer tenía miedo de verse la cara. Un día la vieron en el pueblo con una gran mancha de carbon en la frente, ella que solía ir bien arregladita y compuesta. Una vez preguntó á hermana Balî si los que se suicidaban se iban al infierno.
El capitán cesó de sonreír y por sus ojos cándidos pasó una sombra de inquietud. No podía disimular su turbación. No sé... la veo poco. Debe estar como siempre... Y añadió con repentina resolución: Mira, Luisillo: cada uno que proceda como mejor le parezca. Yo á mis barcos, y fuera de ellos nada me importa.
Cualquiera diría: «¿Qué importa la sonrisa de un flamenco?» Sin embargo, cuando el flamenco tiene razón para sonreír y lo hace del modo espontáneo y sencillo que Primo, puede muy bien sentirse uno humillado. Juan Ruiz vive aquí serquita, en la Alameda de Hércules... Bueno; pero si usted pudiera...
De Pas no sabía sonreír de aquella manera; la blandura de sus ojos no servía para tales trances, y contestó mirando con chispas de que él no se dio cuenta... ni Ana tampoco. Estaban en la entrada del Espolón, el paseo de los curas, según antiguo nombre. Allí se apeó don Fermín entre lamentos de doña Petronila.
En cambio, su madre apenas movía cosa alguna más que los labios para sonreír, el abanico muy poco a poco, y la lengua para decir de tarde en tarde: «justo.» Don Alejandro estaba poco menos suspenso que su hija delante de aquel espectáculo; pero no tan tranquilo como ella, porque le tenía en ascuas el temor a ciertas y determinadas alusiones de Rufita González.
Después de todo, el matrimonio acaso la hubiera transformado. Otros milagros mayores se habían visto. ¡Quién sabe si hubiera podido ser, como ella decía, buena esposa y excelente madre! Y por él, por un amor exclusivo, que en el fondo le halagaba, y le hacía sonreir con cierto deje de contento, había permanecido soltera.
Quintanar no tenía valor para subir a su casa. No quería llamar. «Iban a abrirle, iba a salir ella, Ana, a su encuentro, se atrevería a sonreír como siempre, tal vez a ponerle la frente cerca de los labios para que la besara.... Y él tendría que sonreír, y besar y callar... y acostarse tan sereno como todas las noches.... Tomás debía comprender que aquello era demasiado...».
Las olas se elevaban lentas y mansas sobre los escasos centímetros de la borda, como si quisieran contemplar con sus ojos glaucos este amasijo de cuerpos blancos y obscuros. Remaban los náufragos con nerviosa desesperación; luego yacían inertes, reconociendo la ineficacia de su esfuerzo perdido en la inmensidad. El piloto, al adormecerse en la dura popa, acababa por sonreír con los ojos cerrados.
Palabra del Dia
Otros Mirando