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Actualizado: 28 de junio de 2025
Todos la conocían en Torresalinas, y no hablaban de ella sin sonreír y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo. Una mañana, a la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.
Vale más con su chaquetón de monte que todos esos señoritos del Caballista. Yo estoy por lo popular: yo soy muy gitana... Y dando al joven un ligero bofetón con su manecita acariciadora, siguió la marcha, volviendo varias veces la cabeza para sonreír a Fermín, que la seguía con la vista. ¡Lástima de muchacha! se dijo.
Luego, cesando de sonreír, añadió: Sí; tal vez le quiera a usted y no se dé cuenta de lo que desea. ¡Esto del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra usted... ¡Ay! ¡el corazón quisiera yo verle!
Heredera del respeto que su padre sentía por el señor, sólo se imaginaba a don Jaime hablando gravemente. ¡Las cosas que había visto en el mundo!... Y ahora sus palabras sobre la novia milenaria conmovían su credulidad, haciéndola sonreír levemente, al mismo tiempo que miraba con temor supersticioso a la gran señora de otros tiempos que sólo era una cabeza. ¡Cuando el señor decía aquello! ¡Era tan extraordinario todo lo suyo!...
El dramaturgo, aquejado de su último y vergonzoso vacío interior, se precipita hacia la superficie, se manifiesta con amplitud enfática, como taumaturgo, y hace conjuros a la pasión y al frenesí. Busca en la pasión imaginada el correctivo de la apatía íntima. Además, como por dentro no puede llorar, por fuera no acierta a sonreír.
El único ruido que alteraba a la sazón el silencio del hermoso paseo de las Delicias, era el saludo que hacían las aves al sol en su ocaso. La inmovilidad del río era tal, que habría parecido helado si no le hubieran hecho sonreír de cuando en cuando la caricia del ala de un pájaro o el salto de algún pececillo juguetón.
Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran República; una conquista bonachona y simpática, que hace sonreir á los sometidos. Lo mismo Niza y toda la Costa Azul. El príncipe recuerda su breve permanencia en París pocos días antes.
Le daban miedo hasta el centelleo de sus pendientes de diamantes y el olor de todos sus menjurjes y perfumerías; y acaso, acaso, algo que su instinto infantil vela en el yerto lucir de sus ojos y en el forzado sonreír de su boca, que no era la golosina que arrastra a los niños a pegar sus frescos labios en la faz regocijada de su madre.
Al fin de la calle me ocurrió regresar para ir a la casa del dómine. Angelina estaba en la ventana. Sin duda había salido a verme. Al pasar la saludé. Díjele algo que la hizo sonreír. ¿Qué había en el rostro de la doncella que me trajo a la memoria la angelical figura de Matilde, la dulce niña de mi primer amor? Villaverde es una ciudad de ocho mil habitantes.
La de Alzaola sostuvo que la mujer que faltaba era porque quería faltar, idea que hizo sonreír a algunos de los presentes.
Palabra del Dia
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