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Actualizado: 28 de junio de 2025


Gillespie, que la creía de edad madura, no le dió ahora más de treinta años, y acabó por sonreir, agradeciendo la mirada de simpatía y admiración que el profesor le enviaba á través de sus anteojos de miope. Luego se dió cuenta de que el profesor, á pesar de la severidad de su traje, llevaba sobre su pecho un gran ramillete de flores.

Se dejó acariciar el marqués, sonriendo humildemente, con una expresión de gratitud que recordaba la de un perro fiel y bueno. Elena acabó por separarse de su marido; pero antes de salir de la biblioteca hizo un gesto como si recordase algo de poca importancia, y detuvo su paso para hablar. ¿Tienes dinero?... Cesó de sonreir Torrebianca y pareció preguntarle con sus ojos: «¿Qué cantidad deseas

Diz que el mismo príncipe de la Paz se enamorara de ella, y que el rey, a pesar de las insinuaciones de la reina no llegó nunca ni a fruncir el ceño ante su triunfante belleza. Al verla, Pablo no pudo menos de sonreír con intensa ternura, lo que tal vez no le ocurriera desde que profesara su hermana...

Enseñáronme a cantar las aves, con su trinar, con su rumor, las cascadas; y en sus playas dilatadas, los murmullos de la mar. Mientras en la infancia mía pude a tu sol sonreír, dentro de mi pecho hervir volcán de fuego sentía; vate fuí, porque quería con mis versos, con mi aliento, decir al rápido viento: "¡Vuela; su fama pregona! ¡Cántala de zona en zona; de la tierra al firmamento!"

Como rayos de sol entre nubes, la alegría y la satisfacción aparecieron en sus ojos á través de las lágrimas. La boca de Tomasuelo se abrió, enseñando la blanca, completa y sana dentadura. No pudo sonreír, porque se quedó boquiabierto y como traspuesto.

Y como fin de tantas privaciones, de una abstinencia triste y dolorosa... la muerte inevitable. ¿Para qué habrá nacido el pobre ser...? A veces las grandezas de la tierra equivalen a una maldición. La razón de Estado es el más cruel de los tormentos para un enfermo: le obliga a sonreír, a fingir una salud que no tiene.

El marqués indicó con un ademán que no tenía dinero, mostrándole después las cartas de los acreedores amontonadas en la bandeja de plata. Volvió á sonreir ella; pero ahora su sonrisa fué cruel.

No dijo nada la señorita; no hizo más que sonreír de un modo que significaba: «¡Qué raro verme aquí!». Guillermina alzó la voz desde la sala diciendo: «Pasa, aquí estoy...». Estupiñá, siempre delicado, se apartó para dejarlas hablar a solas. Parecía que la santa reprendía paternalmente a la otra: «Si ya te he dicho que lo dejes de mi cuenta. Yo me entiendo.

¡Qué tiempos aquéllos, ¿eh, Manuela? cuando vivía el padre de éste señalando a Juan y yo era sólo primer dependiente! Entonces, aunque me esté mal el decirlo, todos los años, al hacer el inventario, quedaban dos o tres mil duritos para guardar. ¡Oh! Aunque me esté mal el decirlo... usted pilló los buenos tiempos.... ¿No es eso, Manuela? Pero Manuela se limitaba a callar y a sonreír.

Comenzó por abrir la carta con la punta de los dedos; me miró sonriendo, leyó unas cuantas líneas, volvió a sonreír, y por último, aumentando su jovialidad, prorrumpió en una franca carcajada que a me dejó desconcertada. Con todo, como acabó de leer la carta de cabo a rabo, ya iba yo recobrando una ligera esperanza, cuando súbitamente vi que la rasgaba.

Palabra del Dia

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