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Actualizado: 28 de junio de 2025


Yo le conozco a usted hace mucho tiempo manifestó el peluquero con la misma voz apagada y sin dejar de sonreir. ¡Oh, , hace mucho tiempo! Usted no me conocerá... ¡Claro! los señoritos no acostumbran a fijarse en nosotros. Le tengo visto muchas veces por ahí a caballo y en coche... y también a pie. En los bailes de las Escuelas le veo a menudo. Baila usted muy bien, señorito, ¡muy bien!...

C'est peut être juste, c'est peut être juste, dijo Mlle. Ivonne, procurando acordar las reflexiones de Julio con las enseñanzas de la Université des Annales que ella frecuentara en su país. Lucía Moreno se había acercado con Charito y escuchaba a Julio sin dejar de sonreír. Examinó la Psyché con cierta curiosidad respetuosa, procurando descubrir en ella todo aquello que Julio le atribuía.

Al oír esta pregunta, Mathys pareció haberse vuelto mudo; sin embargo, después de un rato de silencio, respondió tratando de sonreír: Yo lo creo por lo menos; ¿de quién sería, si no, la hija?

Esperaba tranquilizarme con ese tono jocoso, pero en su cara, pálida y un poco contraída era tan doloroso el esfuerzo para sonreír, que no pude contener las lágrimas. Mi padre me alargó la mano, torpe y pesada, y me dijo con una especie de melancólico asombro: Pero, entonces, ¿me quieres?... ¡Lo dudaba, después de las bondades que tiene para continuamente!

Ya ves; ha sido siempre la amiga íntima de mi Paz.... Has tenido una elección feliz.... Castro volvió a sonreír maliciosamente y repuso: Mire usted, tía, yo bien quisiera casarme con una mujer de nuestra clase.... Pero usted bien sabe que estoy completamente arruinado.... Las jóvenes de la nobleza, por desgracia, no suelen tener en el día fortuna.

Yo soy liberal; yo me batí en el último sitio como auxiliar, comiendo carne de caballo y pan de habas; yo tomaría el fusil otra vez, si volviesen los carlistas. ¿Pero aun crees , Luis, en esa leyenda de los jesuítas tenebrosos, cometiendo los mismos crímenes que ellos atribuyen á los masones?... Y Sánchez Morueta miraba con ojos compasivos á su primo, sin dejar de sonreír.

Eran los mismos rostros pálidos, los ojos tristes, sonreír, que les habían saeteado al entrar. Así que, procuraban no llegar hasta las lindes, mantenerse en los caminos y glorietas del centro.

Se había perdido ya de vista el coche, y don Juan seguía inmóvil pensando: «Esto es increíble. ¿Estará con alguno? Pero ¿y el niño?». Y volvió a sonreír, porque aquellos grandes ojos de azul sombrío, aquella graciosísima boca y airoso talle los había él contemplado muchas veces de cerca, tan de cerca que se los sabía de memoria, como se saben las cosas aprendidas a gusto.

Traía las mejillas sonrosadas, y ella era pálida; también parecía haber estado al lado de un fogón como Visita y Obdulia; en sus ojos había un brillo seco, destellos de alegría que se difundían en reflejos por todo el rostro. Venía con cara de sonreír a sus ideas.

sufres, Carmen; es preciso que me lo cuentes todo...: háblame pronto, antes que nadie venga. Ella, serenándose, tornó a sonreir con graciosa malicia. No vendrán ahora, descuida; me han dado un encargo para ti...; te vieron llegar y me mandaron venir a esperarte.... Curioso, preguntó el médico: A ver, ¿qué se les ocurre a esas señoras?

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