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Algunas veces, Dupont, influenciado por la soledad, que incita a las mayores audacias, y por el perfume de una carne virginal que parecía humear vida a las horas de calor, dejábase arrastrar por su instinto y ponía astutamente sus manos en aquel cuerpo. La muchacha saltaba, frunciendo las cejas y la boca con gesto agresivo. Luis: las manos cortas. ¿Qué es eso, señorito?

Vetusta era de ellos: la soledad del verano parecía darles posesión del pueblo; hablaban en el pórtico de la catedral mucho tiempo para despedirse, sin miedo de ser vistos; como si aquella soledad de la iglesia se extendiera a todo el pueblo. Anita encontraba la vida de Vetusta más tolerable que en invierno. En este particular no se entendían ella y su marido.

Llevada á feliz término esta obra de caridad y de elocuencia se subió al columpio. Mientras Velázquez iba de grupo en grupo haciendo penar á mocitas y casadas con sus palabras, humildes y desdeñosas á un tiempo, y el atractivo de su elegancia, Manolo Uceda se había acercado al de Soledad y María-Manuela. Quiso entablar conversación aparte con la primera, pero no pudo conseguirlo.

La elocuencia muda de sus horas de silencio y soledad, salía por primera vez á su boca, sorprendiéndole á él mismo, que se oía con tanto gozo como podía oírle el público. Aquellas páginas no escritas, aquellas oraciones no emitidas por voz humana, salían á sus labios con tanta facilidad que parecían aprendidas de memoria desde largo tiempo.

Cambiaron algunas palabras indiferentes y, como siempre, la esposa de Pepe de Chiclana concluyó por tocar el asunto del matrimonio de su amiga, dándole cuenta de los trabajos diplomáticos que llevaba á cabo para su realización y procurando infundirle esperanzas. Soledad escuchó distraída y dijo al cabo con impaciencia: Mira, Paca, no te molestes más. No tengo ya ninguna gana de casarme.

Una criada torpe y gruñona le asiste con malos modos, sin solicitud ni cariño. ¡Qué soledad tan triste! ¡Ni una hija, ni una caricia, ni un beso! ¡Oh mocedad malbaratada! ¡Oh presente amarguísimo!

Porque son casos muy distintos el de usted y el mío, señor don Marcelo díjome a esto Neluco . Yo empiezo a vivir ahora, necesito trabajar, y trabajar mucho, para ganar el pedazo de pan que como; y además, ni me aburro en la soledad en que vegeto, ni me tientan, como a usted, las seducciones de «allá afuera», ni conmigo ha de extinguirse mi apellido aunque yo muera solterón... ¡Pero si me viera en el pellejo de usted!...

Pero lo singular de todo esto, lo que prueba que el estilo, las creencias y los sentimientos del narrador y la luz del cielo con que tal vez ilumina los casos más crueles y las mayores catástrofes pueden trocar el mal en bien y convertir el veneno en triaca, es que Angelito y Soledad, tan desventurados materialmente, se hacen dignos de envidia y de gloria, y el pobre de D. Antonio, que al principio de la novela casi nos infunde desprecio y es objeto de risa y de burla, acaba por ser amado y venerado de los lectores.

Sin embargo, la hora de levar anclas se iba acercando y el capitán se había apartado de la mesa y andaba de un lado á otro dando órdenes. Los marineros comenzaban á moverse ejecutando las maniobras preventivas. Soledad y Manolo se habían aproximado y charlaban un poco retirados de los demás. El caballero de Medina la embromaba suponiendo que estaba triste y que hacía esfuerzos por ocultarlo.

De veras digo que si tuviera ocasión, le habría de decir a doña Guillermina que me perdonara». La soledad en que vivía, favoreciendo en ella esta resurrección mental de lo pasado, inspirábale juicios muy claros de sus acciones y sentimientos.