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Actualizado: 6 de junio de 2025
No es una calaverada; es un deber. ¡Qué dices! Yo salí para salvar a mi amiga de la deshonra, y la deshonrada soy yo. Inés, oye lo que te digo. ¿Estás decidida a casarte con D. Diego? Déjate de simplezas. Pues entonces calla y resígnate a ir a donde yo te lleve.
Absorto la miraba el joven, y con voz balbuciente, que declaraba su sorpresa y embeleso, dijo: «Estás..., no ya hermosa, ni guapa, sino... ¡divina! Vamos, que te he hecho tilín. A un ahorcado no se le hace tilín tan fácilmente; pero... Abismo de flores, de veras te digo que si no estuviera con la soga al cuello... Pero no, ¡fuera simplezas! El médico, el médico es el que habla ahora».
«Vamos, abuelito, que ya me canso, que se me acaba la paciencia, que las simplezas me cargan, que no estoy de humor de mimos...». Y con la loca impaciencia, airada, insensible para todo lo que no fuera su deseo y propósito, avanzó las manos contra el viejo, le atenazó los brazos, le sacudió un momento... ¡Ay!, ¡ay! Relimpio sintió que sus brazos se volvían de algodón.
Déjate de simplezas; reconoce que no tienes talento, como tenemos yo y del Laurel; y ocúpate de derecho y política, en los cuales no se necesita tanta inteligencia, o es, por lo menos, más fácil simularla. ¡Considera tu «Canto del Cisne» como el verdadero canto del cisne de tus ambiciones literarias!
Frasquito y Gregorio le contuvieron. Las mujeres, temerosas, procuraron calmarle. Todo había sido broma. Parecía mentira que tomase en serio las simplezas de Isabel.
¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que sí, niña, que sí! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á mí me hacen avío.
Simplezas de algunos santos "En Trayguerra, oyendo un mozo simple predicar a San Vicente la fealdad del demonio, pidió a Dios se le mostrase para reñir con él. Sucedió pasar una pobre vieja, muda de nacimiento, muy fea y mal vestida, que llevaba una hoz en la mano. Juzgando el mozo que era el demonio, acometióla furioso, quitóla la hoz y la segó manos, orejas y narices.
Le miraba como un mueble más de su casa que todas las tardes venía a colocarse ante su paso; un autómata que se presentaba para pasar horas y horas contemplándola, pálido y emocionado, con el encogimiento de la inferioridad, contestando sus palabras muchas veces con simplezas que la hacían reír. Su ironía y aquella franqueza de que hacía gala, le herían cruelmente.
Se reía del socialismo católico y de las «ideas» de su protector: cuatro simplezas que aquel necio juzgaba suficientes para el esqueleto de un libro. ¡Valiente atún era el señor Jiménez!... Pero lo respetaba, viendo en él al hombre providencial que cambiaría el curso de su existencia, al suceso esperado que había de sacarle del atolladero de su voluntad.
Vió de pronto en su memoria á Tòni lo mismo que cuando pretendía expresar sus confusos pensamientos. Con todas sus credulidades y simplezas, lo consideraba ahora superior á él. Tenía un ideal á su modo; se preocupaba de algo más que sus egoísmos: quería para los otros hombres lo que consideraba bueno.
Palabra del Dia
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