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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Así que tuvo fuerzas y habilidad para hacerlo, nunca permitió que nadie arreglara aquel cuarto más que ella. Por la mañana pasaba siempre media hora de amable sosiego y dulzura limpiando los enormes sillones, que le costaba gran trabajo mover de su sitio, y haciendo la vasta cama de don Mariano. Sentíase feliz en medio de aquella habitación grave y patriarcal.
La consola del centro estaba cubierta de discos o manchas, que no habían entrado en el dibujo original; los sillones bordados, descoloridos por el tiempo, y el sofá de terciopelo verde, sobre el cual se dejó caer don Jacobo, estaban manchados por la roja arcilla del camino.
Al disminuir el número de viajeros eran más escasos los sillones, y los paseantes podían caminar sin obstáculos. Además, la gente se ocultaba para hacer los preparativos de desembarco. Permanecían las señoras en sus camarotes la mayor parte del día arreglando sus equipajes.
Cuando entraron en la sala la encontraron revuelta; estaba llena de cofres abiertos, de trajes sobre los sillones, de objetos sobre las mesas. Todo aquello era rico, relumbraba, punzaba la vista con los vivos colores y lo brillante de las telas; era, en fin, un magnífico equipaje de comedianta pagado por un gran señor. ¡Ah! dijo Montiño , bien se conoce que aquí no ha habido ladrones.
Entonces volvió al dormitorio, lo atravesó, y entró en la sala: allí el registro fue aún más breve o inútil, pues aparte del diván y los sillones, sólo había una mesa llena de menudos objetos de uso, y luego el piano, sobre el cual se veía un cuaderno con composiciones de Pessard.
Maltrana siguió explicando el diverso carácter de los otros grupos que se sentaban en la banda de babor. En último término, cerca del fumadero, los comerciantes germánicos dormitaban en sus sillones con un viejo ejemplar del Simplicissimus sobre la cara.
En la sala se produjo una confusión espantosa: todos gritaban, todos estaban en movimiento, y los señores alcaldes, que se vieron venir sobre ellos á Juan Morán, saltaron de sus sillones y detrás de los asientos muy agazapados procuraron esconderse llenos de terror, pues todos se veían ya atravesados por el acero del bravo.
Siguió escuchando Ojeda a su amigo, pero con cierta distracción, volviendo la cabeza siempre que notaba el paso de alguien por detrás de él. La cubierta estaba totalmente ocupada por los pasajeros: unos, en grupos movibles; otros, sentados a la redonda en los sillones, obstruyendo el paso. Todos estaban arriba... menos ella. Ansiaba verla Fernando y tenía miedo al mismo tiempo.
Pero si el mismo interesado no se apuraba: sonreía... En esto pensaba el buen anciano cuando un criado vino á advertirle que el enfermo le deseaba hablar. Pasó á la estancia inmediata, un limpio y bien ventilado aposento, con el pavimento hecho de anchas tablas brillantes y pulidas, ameublado sencillamente con grandes y pesados sillones, de forma antigua, sin barniz ni dibujos.
Siempre le había fascinado aquel coro del convento de San Bernardo, donde la media luz que penetraba por las altas claraboyas dormía con místico sosiego sobre los sillones de roble. ¡Cuántas veces, viendo cruzar una figura blanca y silenciosa y sentarse allá en el fondo, se había estremecido! Era un temblor dulce, voluptuoso, que le hacía apetecer con ansia la entrada en aquel fantástico recinto.
Palabra del Dia
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