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Actualizado: 29 de junio de 2025


En Lóndres, el domingo, es preciso comer pan de la víspera porque no puede cocerse en semejante dia. Durante mi permanencia en Lóndres en julio de 1855 tuvo lugar la famosa escena de Hyde-Park, nueva en su género. La policía disolvió los grupos repartiendo muchos golpes y haciendo prisiones: el pueblo por su parte, se contentó con silbar á los policemen y resistir un poco.

A lo cual estoy más que dispuesto, como pueda verme con ella a solas contesté. De seguro no cree usted que la tarea pueda parecerme ingrata ni difícil, ¿eh, Sarto? Tarlein tuvo a bien ponerse a silbar, y luego dijo: Tarea es esa que hallará usted más fácil de lo que piensa. Mire usted, Raséndil, me duele decírselo, pero no lo puedo remediar.

1066 Los cielos lloran y cantan hasta en el mayor silencio: lloran al cair el rocío cantan al silbar los vientos lloran cuando cain las aguas. Cantan cuando brama el trueno. MARTÍN FIERRO 1067 Dios hizo al blanco y al negro sin declarar los mejores; les mandó iguales dolores bajo de una mesma cruz; mas también hizo la luz pa distinguir los colores.

Pensó que ella, la sempiterna charlatana de antaño, hablase en cuanto se alejase el Chucro... Alejose el Chucro con su carabina, agachado como una fiera en acecho. Ella tomó la pala de hierro, se sentó en un árbol caído, y se puso a silbar entre dientes...

La fiebre levantina enloquecía a los nietos de los rífenos, y eran muchos los que, con la blusa chamuscada, sacudiéndose la lluvia de pavesas, corrían siguiendo la marcha del fuego, deteniéndose para silbar al pirotécnico cuando la traca se cortaba, apagándose por algunos segundos.

En el óvalo pálido, que resalta sobre la sombra de los cabellos, ve brillar dos ojos negros picarescos que le miran con malicia de gata joven. De pronto deja de silbar; entonces suena en su oído una risa burlona, y la voz alegre de su cuñada le dice: Vamos, Juan, continúa. Y, como él no quiere acceder a esa petición, la joven frunce los labios y se pone a silbar imperfectamente algunas notas.

Martín salió de casa de su cuñado silbando alegremente. Al llegar cerca de su posada, dos serenos que parecían estar espiándole se le acercaron y le mandaron callar de mala manera. ¡Hombre! ¿No se puede silbar? preguntó Martín. No, señor. Bueno. No silbaré. Y si replica usted, va usted a la cárcel. No replico. ¡Hala! ¡Hala! A la cárcel.

En verano, los días que no apretaba el dolor y las piernas estaban fuertes, bajaban a la playa, y el capitán, enardecido a la vista del mar, desahogaba sus dos odios. Odiaba a Inglaterra por haber oído silbar más de una vez las balas de sus cañones. Odiaba la navegación a vapor como un sacrilegio marítimo. Aquellos penachos de humo que pasaban por el horizonte eran los funerales de la marina.

En esos días de noviembre, cuando vuelve la humedad y el dominio del gris; cuando vuelven las líneas vagas y borrosas y vuelve el silbar agudo del viento; cuando el arroyo Sorguiñ erreca semeja un torrente, entonces me gusta pasear por la playa y saturarme de la enorme melancolía del mar y empaparme en su gran tristeza.

Al ver entre el follaje marchito de los árboles blanquear la casa de Rosa, se sintió aún peor impresionado. Acercose cautelosamente a ella, se escondió detrás de un árbol, y metiendo los dedos en la boca lanzó un silbido agudo y prolongado. A silbar de este modo le había enseñado su amigo Celesto en las correrías nocturnas que hicieran allá en la primavera.

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