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Actualizado: 29 de junio de 2025
Unas volvían la cabeza, como para no ver al torero; otras le miraban con ojos de desconsoladora conmiseración. El espada achicábase, como si quisiera pasar inadvertido; se ocultaba detrás de la corpulencia del Nacional, ceñudo y silencioso. Un grupo de muchachos rompió a silbar siguiendo el carruaje.
Aunque me las cubriesen de monedas de plata no quisiera que tocasen en ellas. El día que escuche silbar por los castañares de Carrio los pitos de esas endiabladas máquinas que llaman locomotoras, será uno de los más tristes de mi vida. ¡Alto allá, D. Félix! Esos señores que abren las minas traen muy bien repleta la bolsa al decir de la gente.
Esto la hizo llorar, asegurando que era por culpa mía, porque yo no quiero vivir con ella y me empeño en seguir vendiendo verduras, lo mismo que cuando Julieta y su hermano eran pequeños.... Cada uno es como es. A mí, aunque soy pobre, no me gusta la manera de vivir de las artistas. ¿Digo mal, señor comisario?... El comisario había cesado de silbar y miraba á la verdulera con cierto interés.
Y procuró aparecer sereno dominando el temblor convulsivo de sus piernas, y trató de distraerse pensando en otras cosas. Alguien se burlaba de él en su interior y le decía: Si tiemblas ahora, antes de los momentos supremos, ¿cómo te portarás cuando veas correr sangre, arder las casas y silbar las balas?
Que el cabo López ha fallecido... respondió el miguelete pálido. Manuel... ¿Qué dices? ¡Eso no puede ser!... Yo mismo he visto á López esta mañana, como te veo á ti... ¿Parrón? ¿Dónde? ¡Aquí mismo! ¡En Granada! En la Cuesta del Perro se ha encontrado el cadáver de López. Todos quedaron silenciosos, y Manuel empezó á silbar una canción patriótica.
Estas fueron sus excusas, y me enviaron a España; y yo, por reñir con ese farsante, reñí con mi hija. Hasta hoy no les había visto... Señores, llévenme ustedes donde quieran, pero declaro que siempre que pueda vendré a silbar a ese ladrón italiano... He estado enfermo, estoy solo: pues revienta, viejo, como si no tuvieras hija. Tu Conchita no es tuya; es de Franchetti... pero no; es del arte.
A ratos se oía el «meee» tembloroso de algún corderito afligido; el silbar, agudo y breve, de los cardenales bajo el corredor; la carcajada burlona de los «pirinchos» y el trueno retumbante y sordo de una gran tormenta que avanzaba lentamente, como llevada por viejos bueyes cansados.
El chico guardó silencio. Andrés comprendió que dudaba de su partida. Si piensas que no me marcho puedes preguntárselo al criado de mi tío, que bajó hoy el caballo del monte... Y como viese que vacilaba sacó del bolsillo una moneda de plata y se la puso en la mano. ¿Qué quiere que le diga a Rosa? Que cuando oiga silbar esta noche en la calle, baje a la cocina y me abra la puerta.
Al grito de furor de los piratas respondieron las carcajadas de los arqueros. ¡Bien, muchachos! gritó Simón. Pero ocultaos de nuevo tras la borda, porque veo que han resuelto aprovechar la lección y tienden red de malla para protegerse contra nuestras flechas. Que nadie asome. No tardaremos en oir silbar las piedras de esos jayanes.
En el largo trecho comprendido entre la plaza de Antón Martín y la fuente de la Alcachofa, apenas transitaba gente; los balcones estaban cerrados, como si el sol y la fiesta hubieran arrancado a todo el mundo de su casa; no se oían más ruidos que el lento campanilleo de algún carro y el silbar entrecortado y rápido de las locomotoras que maniobraban en la estación del Mediodía.
Palabra del Dia
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