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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Las bandas de mendigos pululan y circulan allí por todas partes, asediando al extranjero sin tregua. Rendido de luchar con las masas movientes en la procesion, fuí á sentarme en un banco de piedra, á la sombra de algunos árboles en la plaza principal, llamada del Horno de Bizcochos. Tenia sed y compré unas naranjas.
Ya sabe que no me tocaba hoy sentarme, pero me ha parecido preferible avisar a usted para esta tarde por razones que le explicará su atento amigo y servidor, No decía capellán. «¡Cosa extraña!
Entabló conversación conmigo, informándose con interés de cuándo había llegado, si me agradaba Sevilla, etc. Pepita nos dejó, y Joaquinita me invitó a sentarme a su lado en una mecedora, cerca de un naranjo enano que crecía en tiesto de madera pintada de verde. El patio no estaba bien alumbrado.
Sólo yo podía sentarme en él sin profanarle, y sólo yo me sentaba, ejercitando en ello un derecho a la vez que cumplía con un deber, en opinión de aquellos rústicos que me habían jurado, en el fondo de sus corazones, obediencia y lealtad, cuando mi tío, ya moribundo, «me alzó sobre el pavés» al borde de su lecho y delante de la Hostia consagrada. «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!» Si es lícito usar ejemplos insignificantes en asuntos de gran monta, como alguien dijo en latín, no dejó de haber algo de ello en lo que me había pasado entonces a mí, y aún me estaba pasando en los días subsiguientes.
Gustábame sentarme en los macizos que limitan las sendas e informarme de la edad de los arbustos que los poblaban, todos muy viejos; tanto, que aseguraba Andrés que ni mi padre, ni mi abuelo, ni mi bisabuelo los habían visto plantar.
Julia, distraída yo no sé en qué confusa aspiración, parecía observar atentamente la partida del barco que maniobraba para hacer rumbo. Traté de cerrar los ojos, no quería mirar más, hice sinceros esfuerzos por olvidar. Me fui a sentarme a proa, sin sombra, apoyada la cabeza en el bauprés que abrasaba.
Entro; todos permanecen inmóviles y atentos... Desde su sitio, Sid'Omar me saluda con su más encantadora sonrisa, y me invita con la mano a sentarme junto a él, en un gran almohadón de seda amarilla; después, con un dedo en los labios, me aconseja que escuche. El caso es el siguiente.
Al entrar en el comedor, exclamó, deteniéndose y separándose de mí: ¡Basta! ¡Basta! ¡Eres atroz! Ni de muchacha, hice yo esto.... ¡Suelta! ¡Suelta! Al sentarme a la mesa oí la voz de Andrés el cual conversaba con la enferma. Hablaba de mi y de mi separación. No tardó en venir a charlar conmigo. ¿Te vas, no? ¿Cosa decidida? me dijo ocupando su asiento. ¿Te vas? ¡Me alegro! ¡Me alegro! ¡Mejor!
Mi modo de vivir me conduce muy rara vez a sus vastos hogares, para sentarme alli al rededor del fuego con sus vasallos; pero los senderos que se dirigen a dichos castillos me son muy conocidos desde mi infancia. ?Cual es el que os pertenece? Poco te importa. iY bien! perdonadme mis preguntas; pero dignaos estar mas alegre.
Fuí después de comer; pasamos a un despacho con armarios, que tenía en las paredes unas láminas anatómicas bastante desagradables; el doctor me hizo sentarme en una poltrona, y me dijo: ¿Sabrás que se marchó Machín? Sí, ya lo sé. ¿Sabes a qué se debe el cambio que hizo con relación a tu novia y a ti? No. Pues a lo que le conté el mismo día que fuimos a verle en este despacho.
Palabra del Dia
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