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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Oí que, abajo, las puertas se abrían y se cerraban, oí pasos que subían y bajaban precipitadamente la escalera, oí las voces de las criadas que gritaban mi nombre; no me moví. Y cuando todo volvió a quedar en silencio, bajé sin hacer ruido por las escaleras de atrás, que eran bastante obscuras, y fui a sentarme en el lugar más desierto del parque.
Me sacó de mi contemplación admirativa Joaquinita, que me invitó de nuevo e sentarme a su lado en la mecedora. «Ya tenemos otro cuarto de hora para hablar», me dijo. En esta segunda conferencia me pareció la segundogénita de Anguita un poquito pesada y dulzona. Se enteró de mi patria y familia, y me hizo que le narrase algunos pormenores de mi existencia.
»No se mostró sorprendida al verme, ni me miró con dureza. Esto solo me dio un gran consuelo y fuerzas bastantes para atreverme a sentarme a su lado; pero no supe qué decirla. Temblaba yo como una hoja de otoño próxima a caer de la rama sin jugos. »Estando en estas indecisiones, reparó ella en mí traje, y me preguntó con voz algo empañada y muy débil: » ¿Vas a salir? » Sí, hija mía respondí.
Todos los rostros se vuelven airados a la cazuela. Oyense las voces de: ¿Quién es ese borrico? ¡A la cárcel! ¡Fuera ese cerdo! El presidente pregunta con terrible severidad: ¿Estamos en un pueblo culto o entre hotentotes? Esta pregunta así formulada, produce honda impresión en el público. Suárez, un poco pálido y con voz alterada, dice al fin: Si la Asamblea lo desea, estoy dispuesto a sentarme.
Por eso el día que el padre de Magdalena nos presentó recíprocamente en casa de mi tía diciéndole que era yo el mejor amigo de su hija, recuerdo que al estrechar la mano del señor De Nièvres pensé lealmente: «¡Pues bien, si ella le ama, que le ame él también!» Y en seguida fui a sentarme al fondo del salón y los contemplé bien convencido de mi impotencia, más que nunca obligado a callar, sin irritación contra el hombre que nada me quitaba puesto que nada me habían dado, reivindicando el derecho de amar como inherente al derecho de vivir y diciéndome con desesperación: «¿Y yo?»
Después de haber satisfecho mi primer entusiasmo atravesando varias veces el charco profundo donde se agitan las aguas, y después de haber querido remontar la corriente, levantando á mi alrededor un caos de olas precipitándose unas con otras, descanso abandonándome tranquilamente á la felicidad de la vida sobre el agua dulce que me acaricia. ¡Qué alegría sentarme sobre una piedra bajo el chorro de la cascada, sentir caer el agua sobre mí como sobre una roca y verme envuelto en un manto de espuma! ¡Qué placer también dejarme arrastrar por las aguas corrientes hasta un escollo donde me agarro con una mano, mientras que el resto de mi cuerpo, levantado por las olas, flota de un lado á otro bajo el impulso de la corriente!
¡Qué gran cocina! Parece la de un convento, Morcego. Como corresponde a la grandeza de la casa. Veinte criados caben a la redonda del hogar, y otro tiempo se juntaban. Yo también me senté con ellos, que aún no tenía este mal tan triste. Ahora te sentarás conmigo para que yo pueda sentarme algún día al lado de mi muerta. Bruja, abre el horno y repártenos el pan. ANDREÍ
Y sería para mí una triste tarea el vestir hermosas ropas, ir en cabriolé y sentarme en un sitio reservado en la iglesia, si todo eso hiciera pensar a aquellos a quienes amo, que mi compañía no les conviene. ¿En qué podría entonces interesarme?
Me levanto, porque la entrevista me parece terminada; pero el viejo se precipita y me obliga a sentarme otra vez: ...Sin embargo, se la entregaría guardando las formas que un hombre como yo se cree obligado a imponer a un hombre como usted... o, para hablar más claramente, observando las formalidades por medio de las cuales un padre debe asegurar el porvenir de su hija... o, para ser más preciso todavía, la dote...
Me pareció un pabellón levantado en el jardín recientemente para uso del capellán. Por la parte de atrás daba a la calle. Me introdujo en un despachito modesto y aseado, me invitó a sentarme, y antes de hacerme pregunta alguna, me pidió permiso para mudarse los hábitos, pues acababa de llegar del convento.
Palabra del Dia
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