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Después de haber satisfecho mi primer entusiasmo atravesando varias veces el charco profundo donde se agitan las aguas, y después de haber querido remontar la corriente, levantando á mi alrededor un caos de olas precipitándose unas con otras, descanso abandonándome tranquilamente á la felicidad de la vida sobre el agua dulce que me acaricia. ¡Qué alegría sentarme sobre una piedra bajo el chorro de la cascada, sentir caer el agua sobre como sobre una roca y verme envuelto en un manto de espuma! ¡Qué placer también dejarme arrastrar por las aguas corrientes hasta un escollo donde me agarro con una mano, mientras que el resto de mi cuerpo, levantado por las olas, flota de un lado á otro bajo el impulso de la corriente!

¿Crees que sería capaz de doblar mi orgullo hasta el punto de ser dama de la duquesa de Osuna, si la duquesa llegase á ser reina? . Y entonces, ¿por qué quieres destrozarme el corazón, abandonándome? Es que yo no te abandono, me ausento. Tu ausencia es la muerte de mi esperanza. ¡Dicen que son tan hermosas las napolitanas! ¿No has dejado allí ningún amor, don Francisco?

Nos vimos en el Acuario, y yo fuí la que te besé, al mismo tiempo que deseaba el exterminio de los hombres... ¡de todos los hombres, menos ! Hizo una breve pausa, elevando sus ojos hacia él para apreciar el efecto de sus palabras. Acuérdate de nuestro almuerzo en el restorán del Vomero; acuérdate de cómo te rogué que te marchases, abandonándome á mi destino.

¿Para qué ir a Tien-Hó? ¿Por qué no quedarme allá en aquel amable Pekín, comiendo nenúfares en caldo de azúcar, abandonándome a la somnolencia amorosa del «Reposo discreto» y yendo por las tardes azuladas a dar mi paseo del brazo del buen Mariskoff, por las terrazas de jaspe de la Purificación o bajo los cedros del Templo del Cielo?

¡Esta vez vengo a buscarte! le gritó a Marta. Ella se dejó caer sobre el pecho de Roberto y lloró. ¡Cuán feliz era! Pero yo me retiré al emparrado más sombreado del jardín y, abandonándome a mis reflexiones, me pregunté si mi corazón no tendría también algún día un hogar en que pudiera refugiarse tanto en las horas felices como en las horas de angustia.

Mientras tanto, me había sentado a su lado, abandonándome a todas mis lamentaciones, deshaciéndome en improperios contra el destino y contra ella misma; le he recordado el día de mi destierro, la hora funesta de nuestra separación y los juramentos violados por ella; ¡juramentos sellados con tantos besos y lágrimas!

Tenía yo dos años, cuando mis padres se fueron al otro mundo, abandonándome al capricho de los acontecimientos de la vida, y de mi consejo de familia. Dejáronme los restos, no del todo malos, de una fortuna: cerca de cuatrocientos mil francos en tierras que producían una buena renta. Mi tía consintió en educarme.

Puse los pies sobre una de las capas de donde parecía surgir el zarzal y conseguí libertar á Mervyn, que una vez dueño de sus movimientos volvió á hallar todos sus medios, y se sirvió de ellos sin retardo para ganar la orilla, abandonándome de buena gana.