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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Al ver que el portero entraba ya en su habitación, Krilov, apretando los dientes de rabia, le siguió dócilmente. «¡También me ha tomado por un espía este canalla!» El habitáculo era reducidísimo. Sólo había en él una silla, en la que se sentó el portero, sin ceremonia. «¡Qué indecente! Ni siquiera me invita a sentarme!», pensó Krilov.
Gustábame vagar en la espesura, dormir á la sombra de los árboles, sentarme sobre la cima de una roca para abarcar con la mirada el Pacífico que revuelve delante de mí sus azules olas, trayéndome el eco de los cantos aprendidos en las playas de la América libre... Antes de conocerte, aquel mar era para mí mi mundo, mi encanto, mi amor, mis ilusiones.
Era el Inglés consabido, instalado á quema ropa, Al sentarme á la mesa, segun mi número, el Inglés quedó á mi derecha, mano á mano; pero no me miró tampoco. Durante muchos dias yo rabiaba por entablar conversacion, olvidando que si yo era expansivo á fuer de Colombiano-español, mi vecino era de la raza taciturna y ceremoniosa de John Bull.
Lo abandoné a su disertación para ir a sentarme en el extremo de la mesa con la juventud, pues mi escasa importancia social me permite asociarme a ese batallón ligero. No me atreví a sentarme al lado de Luciana, que me había dicho por lo bajo, siempre prudente en su táctica: «No llamemos la atención.»
Previo el consabido ladrido de los perros arrancados por mi llegada a un sueño plácido y tranquilo, el relincho de los redomones del palenque, los saludos del dueño de la casa y las vichadas de las mozas y mocetones, que, cortos con los forasteros, se han ocultado en el rancho, eché pie a tierra y fui a sentarme en el ancho patio recién barrido y carpido, que a la noche serviría de salón de baile, iluminado por la luna plácida y serena, aquella luna de mi tierra que veo al través del tiempo, quizás embellecida por el recuerdo.
Al entrar en casa enseñé la carta a mi madre, que se quedó también asombrada. Como sentía gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero mi madre me obligó a sentarme a cenar. Cené rápidamente, y, envuelto en el capote, tomé el camino hacia la herrería de Aspillaga. Allí se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde.
Joaquinita también me llamó. Hice como que no la oía y fui a sentarme entre la señora de Enríquez y Etelvina, un par de setentonas. Los remos, como grandes antenas, comenzaron a maniobrar sobre el agua amarillenta. Pasamos al lado de grandes vapores, cuyos vientres colosales, pintados de rojo, parecía que iban a aplastarnos.
Quiero más sentarme aquí que á la diestra de Dios Padre. Soledad se encogió de hombros con desdén y murmuró: ¡Tardaba ya mucho! Estaba inquieta desde que Antoñico se había acercado á María-Manuela. Sus ojos se clavaban coléricos en ellos y querían pulverizarlos. Las palabras temblorosas de Velázquez le parecían un ruido molesto, la ponían aún más nerviosa.
Ante este nombre todos mis miembros se estremecieron, y Adela, que atribuyó mi agitación a otra causa, continuó su relato: « Yo no quería abandonar a mi madre en el estado en que se hallaba y permanecí sentada sobre la paja hasta la hora de cerrar los calabozos. Pero entonces, uno de los carceleros me sacudió bruscamente y me dijo que no podía sentarme allí.
Ahora reconozco que no lo pasará bien el primer hulano que entre en su calle. Con un simple ademán limpia de gente una parte del banco, para que se instalen con amplitud los dos ancianos. Queda espacio libre, pero yo me guardo bien de volver á sentarme. No quiero recibir un bufido con acompañamiento de varios nombres de pescados deshonrosos.
Palabra del Dia
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