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Al entrar en casa enseñé la carta a mi madre, que se quedó también asombrada. Como sentía gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero mi madre me obligó a sentarme a cenar. Cené rápidamente, y, envuelto en el capote, tomé el camino hacia la herrería de Aspillaga. Allí se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde.

Mi padre, que se encuentra enfermo, le suplica encarecidamente a usted que venga a verle lo más pronto posible; si puede, esta misma noche. Tiene que hablarle a usted de asuntos importantes. Si se decide a salir por la noche, a la salida del pueblo, en la herrería de Aspillaga, le esperará un amigo con un caballo. Mary A. Sandow. Bisusalde: Playa de las Ánimas

En la puerta de la tapia me esperaba Allen con el caballo. Lo sostuvo de la brida para que yo pudiese montar, y me dijo: No necesitará usted guía, ¿eh? No. El caballo sabe el camino; le dejará a usted en la herrería de Aspillaga. Muy bien. La noche había aclarado; la luna, en creciente, aparecía envuelta en nubes, y su luz alumbraba con vaguedad el mar. El viento bramaba furioso.

A principios de febrero, una mañana, Mary me mandó un recado urgente diciéndome que fuera a Bisusalde lo más pronto posible. Me vestí, tomé el caballo de Aspillaga y, al trote, me fuí a la casa de la playa. Mi tío Juan había muerto. En la casa estaban Mary, el criado viejo, Quenoveva y Urbistondo. Me enteré de lo que se necesitaba. Había que mandar construir un ataúd en Lúzaro.