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Al entrar, su mirada, casi siempre agresiva, se clavó en , con expresión maliciosa de burla y desprecio, que me lastimó como una bofetada. Le pagué con otra fría y desdeñosa, y me dispuse a sentarme al lado de Joaquinita por no unirme a aquel grupo.

La una de la madrugada. Me apresuro á sentarme en el vacío todavía caliente que me ofrece un banco del bulevar, adelantándome á otros rivales que también lo desean. Llevo cuatro horas de paseo incesante en la noche caliginosa. Sobre los tejados pasan las mangas blancas de los reflectores, regleteando de luz el ébano del cielo.

Oyó el caballero el cortés mensaje y se dirigió al trote de su corcel hacia la tribuna regia, vendado el hombro con blanco pañuelo de seda. Señor, dijo con firme voz, saludando al príncipe; no puedo sentarme á vuestra mesa. Francés soy y por ende enemigo vuestro.

En lo de sentarme le dije, haciéndolo , le obedezco a usted desde luego; pero en lo de hablar... no tanto. ¡Esta es buena, trastajo! ¿Por qué, hombre? Porque quiero darle a usted la preferencia, como debo, en lo que mutuamente tenemos que decirnos, según parece. Vaya, vaya, déjate de cumplimientos, y empecemos por el caso tuyo, que para el mío siempre hay lugar.

La cima en que yo gustaba más de sentarme no era la altura soberana donde puede uno instalarse como un rey sobre el trono para contemplar á sus pies los reinos extendidos.

Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otras veces subía á las crestas superiores para sentarme en una cima que dominaba el espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo y obscuro barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de la tierra.

Lo que me trae aquí es vuestra carta, señor Juan; la carta en que decís a mi hermana que no podéis ir a comer con nosotros esta tarde, pues os veis obligado a partir. Esa carta desbarató todos mis proyectos. Yo pensaba, siempre con el permiso de mi hermana y mi cuñado, llevaros esta tarde, después de comer, al parque, señor Juan, y sentarme con vos en un banco.

Pero no te preocupes por eso; acostúmbrate a tratarme como a aquella pobre sensitiva que días pasados atormentábamos por puro entretenimiento, olvidándonos de que tiene vida como nosotros y de que tal vez le hacíamos mucho daño. Ten en cuenta que yo soy lo mismo que ella. Tu presencia me da el bienestar que sentía en mi niñez al sentarme en el regazo de mi madre.

La tía pescueza, que aún persistía en su conquista, vino a con una caña en la mano, y me dijo en voz baja: Así me gustan los hombres. Perdona, hijo, si te he llamao gallego. Me encogí de hombros con indiferencia superior, y le volví la espalda. Fui a sentarme al lado de Primo. Pasado el primer momento de malestar, todo volvió a su ser.

Corta ha sido su alabanza. ¡Dichosa aquella esperanza Que espera tal posesión! FELIC. Dad licencia que se siente Sancho. D. TELL. Sentaos. SANCHO. No, señor. D. TELL. Sentaos. SANCHO. Yo tanto favor, Y mi señora presente. FELIC. Junto a la novia os sentad; No hay quien el puesto os empida. D. TELL. No esperé ver en mi vida Tan peregrina beldad. PELAYO. Y yo, ¿adónde he de sentarme?