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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Le obligaremos dijo ferozmente un senador . Si no trabaja no comerá. Además, nuestras máquinas voladoras y nuestros buques le harán obedecer. Esta contestación enérgica fué acogida con grandes aplausos, y después de ella cesó toda resistencia. Gillespie se libró de la muerte, pero fué condenado á trabajo perpetuo.
¿Hasta cuándo nos molestará el animal-montaña? murmuró rabiosamente . El senador Gurdilo tiene razón: hay que desembarazarse de ese huésped grosero é incómodo.
¡Qué mal debe vivirse allí! dijo el senador. El y Desnoyers experimentaron una impresión de alegría animal, un regocijo egoísta, viéndose en lugar seguro, á varios metros debajo del suelo. Los alemanes van á tirar de un momento á otro dijo en voz baja don Marcelo á su amigo. El senador fué de la misma opinión. Indudablemente iban á contestar, entablándose un duelo de artillería.
El estudiante cuando decía alguno, daba á entender el P. Irene, gran amigo y gran consejero de Capitan Tiago en sus últimos días. El opio es una de las plagas de los tiempos modernos, repuso el Capitan con un desprecio é indignacion de senador romano; los antiguos lo conocieron, mas nunca abusaron de él. Y el disgusto más clásico se pintó en su cara de epicúreo bien afeitado.
No son malas chicas, dixo el senador; algunas veces mando que duerman conmigo, porque estoy aburrido de las señoras del pueblo, de su retrechería, sus zelos, sus contiendas, su mal genio, sus nimiedades, su vanidad, sus tonterías, y mas aun de los sonetos que tiene uno que hacer ó mandar hacer en elogio suyo: mas con todo ya empiezan á fastidiarme estas muchachas.
Los cortesanos de aquella sultana caprichosa y de carácter violento y variable, se vengaban de su humillación ineludible despreciando a Bonifacio Reyes sin ningún género de disimulo. Emma llegó a sentir por su esposo un afecto análogo en cierto modo al que hubiera podido inspirar al Emperador romano su caballo senador. Aquella debilidad, aquella ceguera de la pasión, no se la perdonaría nunca.
Uno de los oficiales, viejo artillero, les explicó esta precaución. Debían seguir cuesta arriba cautelosamente. Estaban al alcance del enemigo, y un automóvil podía atraer sus cañonazos. Un poco fatigosa la subida continuó . ¡Animo, señor senador!... Ya estamos cerca. Empezaron á cruzarse en el camino con soldados de artillería. Muchos de ellos sólo tenían de militar el kepis.
Se unían, formando un crepitamiento continuo. Apareció el senador, que se había alejado para que el padre y el hijo hablasen con más libertad. Nos echan de aquí, amigo mío. No tenemos suerte en nuestras visitas. Ya no pasaban soldados. Todos habían acudido á ocupar sus puestos, como en un buque que se prepara al combate. Julio tomó su fusil, que había dejado contra el talud.
Tú escribes un tomo de versos y pones en la cubierta: «Poesías, por Tristán Aldama». Eso no dice nada; el público no sabe a qué atenerse, porque lo ignora todo de ti. Pero estampa debajo del título, verbi y gratia: «por Tristán Aldama, diputado por Puertocarnero o senador vitalicio», y ya el público tiene motivos para conocerte y la crítica para guardarte consideraciones.
Lo importante era instalarse en ella, ¡y que se atreviese alguien á tocar lo suyo!... El senador miró con asombro á este burgués enfurecido por el sentimiento de la posesión. Se acordó de los mercaderes árabes, humildes y pacíficos ordinariamente, que pelean y mueren como fieras cuando los beduínos ladrones quieren apoderarse de sus géneros.
Palabra del Dia
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