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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Estamos solas le dijo temblando la más vieja. ¿Qué hay, señoras? Tememos que alguien se entre por esos tejados. ¿Cómo, quién se va á atrever? ¿No sabe usted lo que ha pasado, caballerito? dijo Paz. Esa Clarita.... ¡Qué horror, qué perversión!... ¿Para cuándo es el patíbulo? exclamó Salomé. ¡Un hombre, un hombre ha entrado aquí por esa niña, un seductor! ¡Y nosotras tan ciegas que la recogimos!

Huberto aprovechó el momento para acercarse a ella y murmurar: No he podido conversar con usted; ¿cuándo volveré a verla? ¿Puedo venir antes del miércoles próximo? María Teresa lo miraba. ¡Qué elegante era, qué seductor!

Se habían acabado, desde hacía largo tiempo, ese fulgor inseguro y seductor que colora los sentimientos nacientes, y ese dulce abandono que permite la embriaguez inconsciente de la juventud; en su lugar estaban la luz brillante y cruda de un conocimiento madurado por los años, la actitud fría y rígida que impone una conducta severa.

La profunda admiración que por el joven sentía se acrecentaba hasta parecer cariño entrañable. ¡Era tan seductor su modo de mirar!... ¡Tenía un no qué tan distinto de todos los demás hombres!... Así lo pensó Isidora, sintiendo herida y traspasada toda aquella parte de su corazón que dejaba libre el orgullo.

Los que oían a don Álvaro se figuraban presenciar aquellas escenas de amistad íntima, tranquilas, dulces, llenas de expansión y confianza; en el rostro del seductor, en sus ademanes, en las sonrisas, en la voz, se reflejaban, por virtud del recuerdo, la bondad suave, el aire bonachón y entrañable, la franqueza sencilla, noble, familiar, la habilidad casera, todas las artes y cualidades que hacían vencer a Mesía en lides tales.

Y entre estos últimos, descuella el único que de ellos vive, no dónde, aunque estoy seguro de que donde se halle, continuará siendo el malvado de siempre, el seductor de mujeres, el tormento y enemigo jurado de otros hombres. ¿Dónde, dónde está Ruperto Henzar, aquel adolescente que estuvo tan próximo a vencerme?

Porque el talle y el corsé, cuando hay dentro calidad, los arreglan los modistos fácilmente; pero lo que es el lenguaje... Chico, habías de verla y te quedarías lelo, como yo. Dirías que su elegancia es de lance y que no tiene aire de señora... Convenido; no tiene aire de señora; ni falta... pero eso no quita que tenga un aire seductor, capaz de... Vamos, que si la ves, tiras piedras.

No está mal que usted ame lo que quiera dijo ésta. Lo malo que hay es que ese amor de usted cuesta muchas lágrimas a algunas criaturas inocentes. ¡Es la ley de la vida! repuso el seductor alzando los hombros con resignación y sacudiendo la ceniza del cigarro con su dedo meñique cubierto de sortijas.

Se había casado con una criolla sin fortuna, que tenía apenas el dote reglamentario, pero de gustos de duquesa, de muy hermosos ojos y de cerebro de pájaro. Coqueta, gastadora e incapaz de una idea seria, era un lindo juguete, gracioso y seductor en alto grado, pero tan poco hecho para las luchas de la vida como una figurita de Sajonia.

El joven español ocultó la cabeza entre sus manos. ¿Y su hermana? preguntó. Me quedaba aún una última prueba de afecto que darle, y se la di. ¿Cuál? La maté, Blasillo. ¿Mató también a su hermana? ¡Usted fratricida! ¡Anatema! ¡Niño! ¿sabes qué suerte espera en Egipto a una joven de mi raza que se ha dejado seducir, cuando el seductor es casado?

Palabra del Dia

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