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Quisiéramos recordarlas; mas brota aun sangre de tus heridas, desventurada Córdoba, y tememos acibarar con negros recuerdos tus inmensos males. ¡Paz, Córdoba, paz! perdona si hemos venido quizás á interrumpir tu sueño con tan lúgubre historia. Tenia ya tanto interes para nosotros lo pasado de esta ciudad de Córdoba, que sentíamos ir apurando los grandiosos hechos que lo constituían.

Es el flagelo de poetas memos, Y echará á puntillazos del parnaso Los malos que esperamos y tememos. O, señor, repliqué, que tiene el paso Corto, y no llegará en un siglo entero. Deso, dixo Mercurio, no hago caso. Que el poeta que fuere caballero, Sobre una nube entre pardilla y clara Vendrá muy á su gusto caballero. Y el que , pregunté, qué le prepara Apolo? qué carrozas? ó qué nubes?

En fin, él da tales muestras de tener apasionado el corazón, que tememos todos los que le conocemos que el dar el mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.

Lo que más tememos en ella es el dolor que la acompaña o la enfermedad que la precede. Pero ya no es la hora del juez irritado e incognoscible el objeto único y espantoso, el abismo de tinieblas y de castigos eternos. Nuestra moral ¿es menos alta y menos pura desde que es más desinteresada? ¿La humanidad ha perdido un sentimiento indispensable o precioso perdiendo un temor?"

Estamos solas le dijo temblando la más vieja. ¿Qué hay, señoras? Tememos que alguien se entre por esos tejados. ¿Cómo, quién se va á atrever? ¿No sabe usted lo que ha pasado, caballerito? dijo Paz. Esa Clarita.... ¡Qué horror, qué perversión!... ¿Para cuándo es el patíbulo? exclamó Salomé. ¡Un hombre, un hombre ha entrado aquí por esa niña, un seductor! ¡Y nosotras tan ciegas que la recogimos!

Si no tememos á pesar de la lluvia y el viento huracanado, detenernos en la orilla, protegidos por el pobre abrigo que ofrece el tronco de un sauce, veremos con cuánta rapidez puede aumentar el caudal del arroyo, cómo se aumenta la velocidad de su corriente, llena su cauce hasta los bordes y, salvando las orillas, inunda los campos cultivados.

Volvióse don Quijote a Sancho, y díjole: -Si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas, y mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado, pero podría ser fuese otra cosa de la que tememos.

Parece quese decian uno á otro: Nos adoramos, y tememos amarnos; ámbos ardemos en un fuego que condenamos. De la conversacion de la reyna salia Zadig fuera de , desatentado, y como abrumado con una caiga con la qual no podia.

26 Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. 27 Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Ni yo os digo con qué autoridad hago esto. 28 Pero, ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y llegando al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. 29 Y respondiendo él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fue.

No temáis dijo . Si cumplís bien, nada os pasará. Nada tememos contestó Martín. Fueron los tres a la cocina de la posada, y el Jabonero se mezcló entre la gente de la partida, que esperaba la cena. Se reunieron en la misma mesa el Jabonero, Luschía, Belcha, el corneta de Lasala y uno gordo, a quien llamaban Anchusa.