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Actualizado: 15 de junio de 2025


Para Praschcu la guerra no era más que una serie de comilonas y de borracheras. Belcha y el Corneta de Lasala iban acompañando a Bautista. Su apodo procedía de su oficio de capataz de los que dan la señal para el comienzo y el paro del trabajo con una bocina. Los de la partida llegaron a media noche a Arichulegui, un monte cercano a Oyarzun, y entraron en una borda próxima a la ermita.

Por si acaso, habrá que evitarlo en lo posible. Dos o tres balas pasaron silbando y fueron a estrellarse en el suelo. ¡Rendíos! dijo la voz de Belcha, por entre unos manzanos. Venid a cogernos gritó Martín, y vió que uno le apuntaba en el monte, desde cerca de un árbol; él apuntó a su vez, y los dos tiros sonaron casi simultáneamente.

Consideraba, sin duda, una magnífica adquisición la de Zalacaín y Bautista, pero desconfiaba de ellos y, aunque no como prisioneros, los llevaba separados y no les dejaba hablar a solas. Luschía tenía también sus lugartenientes; Praschcu, Belcha y el Corneta de Lasala.

No temáis dijo . Si cumplís bien, nada os pasará. Nada tememos contestó Martín. Fueron los tres a la cocina de la posada, y el Jabonero se mezcló entre la gente de la partida, que esperaba la cena. Se reunieron en la misma mesa el Jabonero, Luschía, Belcha, el corneta de Lasala y uno gordo, a quien llamaban Anchusa.

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