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Actualizado: 26 de mayo de 2025


El crepúsculo se apoderó del mar y solamente se oyeron, á lo lejos, allá, en la playa, los gritos de los canacos. Un marinero entregó á Jacobo y á Cristián vestidos secos, y temblando aún, tanto por los esfuerzos realizados como por el frío del agua, arrojaron sus pantalones empapados y se vistieron. Hasta que estuvieron á bordo del yate no se cambió ni una palabra.

Hallamos árboles grandes de sauces secos que habian traido las corrientes del rio: en tierra hallamos plantas como las del puerto de San José, apio, llanten y otras: patos, chorlitos, perdices é infinitos lobos, de admirable tamaño.

Aquellos seres que se hallaban a las puertas del sepulcro, secos y descarnados como esqueletos, volvían a recobrar sus fuerzas para la matanza. No vacilaban ni estaban entorpecidos; cada cual cogía su piedra y la arrojaba al precipicio, volviendo a coger otra sin perder tiempo y sin mirar siquiera lo que pasaba debajo.

Acudían á la muerta población hombres de todos los países, deseosos de roturar un suelo que podía después ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedían el sitio á los árboles jóvenes.

Tu mezquita fue consagrada á otro Dios, invadida por soldados y sacerdotes de Cristo. La voz del muezin dejó de animar tus minaretes; la del rudo africano, tus torreones. Hablaste y no te comprendieron; te hablaron y no comprendiste. Tus escuelas quedaron para siempre cerradas; tus baños, secos; tus palacios, desiertos.

La voz de Margarita temblaba al decir esto, como si fuese á llorar; pero sus ojos permanecieron secos. No sentían la irresistible necesidad de las lágrimas. El llanto era ahora algo superfluo, como otras muchas cosas de los tiempos de paz. ¡Habían visto sus ojos tanto en pocos días!... ¡Cómo le amas! exclamó Julio.

Antonia, débil mujer, no podía contener los sollozos que la ahogaban. Transcurrió la ceremonia en medio de aquellas tres penas manifestadas de un modo tan diferente. Terminó el sacerdote su triste misión acercándose a Magdalena, que, incorporada, con las manos cruzadas y los ojos alzados al cielo recibió en sus secos labios la sagrada hostia.

Maltrana admiró su firmeza: era digna hija del Mosco. Aquella mujercita débil, que muchas veces lloraba sin motivo, permaneció inmóvil, con los ojos secos, al conocer la desgracia. Hacía tiempo que presentía este final. Muchas noches había visto en sueños a su padre cubierto de sangre, pereciendo bajo las escopetas de los guardas, que le daban el tiro de gracia.

Al Comendador se le antojaba esto una nefanda monstruosidad; pero la prefería á ver, á imaginar á Clara entre los secos brazos de D. Casimiro; y en su orgullo de hidalgo, y en su afán de no verse él mismo mentiroso y fullero, y de no pensar menos noblemente que una mujer fanática y desatinada, lo prefería todo á que Clarita se alzase en su día con los bienes de D. Valentín.

Contestaba con secos monosílabos á las reflexiones de aquel terne, que ahora las echaba de bonachón; y si hablaba, era para repetir siempre las mismas palabras: ¡Pimentó!... ¡Tórnam la escopeta! Y Pimentó sonreía con cierta admiración. Le asombraba la fiereza repentina de este vejete, al que toda la huerta había tenido por un infeliz. ¡Devolverle la escopeta!... ¡En seguida!

Palabra del Dia

bagani

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