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Actualizado: 26 de mayo de 2025
No pensemos en ella hasta la noche. Y nos separamos. Caminaba con soltura haciendo crujir su calzado finísimo, buscando con cuidado los sitios más secos del suelo para no ensuciarse de barro y balanceando su paquete de libros al extremo de una estrecha correa con hebillas como una brida inglesa.
Muchas veces todo parecía vacío, menos el corral, en donde se agitaba constantemente una multitud de gallinas; el gran jardín, en el cual las muchachas de la granja recogían la hierba, y la terraza expuesta al mediodía en la que la señora de Bray y sus hijos estaban a la sombra de las parras, cada día menos compactas por la caída rápida de los pámpanos secos.
Era Encarnación Guillén la vieja más acartonada, más tiesa, más ágil y dispuesta que se pudiera imaginar. Por un fenómeno común en las personas de buena sangre y portentosa salud, conservaba casi toda su dentadura, que no cesaba de mostrarse entre su labios secos y delgados durante aquel charlar continuo y sin fatiga.
Cuando D. Juan, después de adoptar una violenta resolución, subió a despertarla, al encender la luz hallola con los ojos secos y brillantes, sin apariencias de haber dormido ni de haber llorado.
Por todas partes se levantan los troncos secos y blanquecinos de millares de guayacanes, cuya verdura ha destruido la humedad de las ondas que los rodean, y las copas, retostadas por el sol en su parte superior, sueltan por todos lados festones suntuosos de parásitas enredaderas.
En años secos, faltando la yerba en las orillas del Rio de la Plata, todo el ganado, perteneciente á los españoles de Buenos Aires, pasa á las orillas del Saladillo, donde encuentra alguna yerba, por razon de la humedad y profundidad de la tierra.
La igualdad del terreno, que es perfectamente plano para el viajero, y la multitud de puentes secos, tunels y bosques de pinos en todo el trayecto, no permiten registrar de lejos el inmenso panorama de Lóndres.
Los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanos y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una.
CON arreglo al plan de esta obra, la historia de la decadencia de la literatura y del arte dramático en España, debe ser más bien bosquejado que prolijamente expuesto, porque la vista no se recrea gozosa en ríos casi secos, sino en corrientes caudalosas y de dilatadas orillas, ó en las que llevan trazas de serlo.
54 Esta también el la segunda señal que Jesús hizo, cuando vino de Judea a Galilea. 1 Después de estas cosas, había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. 3 En éstos yacía multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban esperando el movimiento del agua.
Palabra del Dia
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