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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Y ahora, de pronto, me veo hecho un trapo, y me ahogo, señor, las piernas no pueden tenerme y me faltan fuerzas para ir de un rincón a otro. ¡Qué ganas tengo de salir de aquí!... Estoy seguro de que apenas salte a tierra seré otro, volveré a sentirme fuerte como en mi pueblo... Diga, señor: ¿cuándo llegamos a Buenos Aires?
Burra... no estalla mientras no se le enciende la mecha. Este es para esta noche. Anoche puse uno en la puerta de la casa del duque, y cuando reventó cayeron todos los cristales de dos casas. ¿Y te ocupas en eso? ¡Bárbaro!... No lo digo porque me importe nada que el palacio del duque salte en cuatrocientos mil pedazos.
¡Como si supiera hacer otra cosa el inocente! Gracias por la lisonja. Es justicia, créalo usted... Pero ¿y si el que salte en la conversación no da motivos? Aquí todos le dan, poco o mucho, en diferentes sentidos. ¿Hasta el pobre boticario? Ese es hombre aparte, no solamente en Villavieja, sino en todo el mundo sublunar. En fin, allá usted, que yo lavo mis manos... Pero no le disgusta el tema...
Muy lindo! salté ¡Amor propio! ¡Y no se les ocurre otra cosa! ¡Les parece cuestión de amor propio ir a sentarse como un idiota para que me tomen la mano la noche entera ante toda la parentela con el ceño fruncido! Si a Vds. les parece una simple cuestión de amor propio, arréglense entre Vds. Yo tengo otras cosas que hacer.
Retrocedí un paso y renové el ataque, pero aquella vez le abrí la mejilla y salté atrás antes de que él pudiera alcanzarme. Parecía desconcertado por la violencia de mi ataque, pues de lo contrario creo que hubiera acabado conmigo. Caí sobre una rodilla, jadeante, esperando verme atropellado por su caballo.
Salte a la terraza». Las más de las veces negábase Rosalía. «No estoy yo para paseos... déjame». Pero algunas tardes salía. El señor de Pez la acompañaba. Un día que él salió primero, porque verdaderamente se ahogaba en el caldeado gabinete, la vio aparecer con su bata grosella, adornada de encajes, abanicándose. Estaba elegantísima, algo estrepitosa, como diría Milagros; pero muy bien, muy bien.
Mi hermano, que tiene ya una hija casadera, á quien naturalmente desea que salte un buen novio, se va á vivir á la vecina ciudad, donde ya tiene casa tomada, y á mí me deja á mis anchas y solo en la casa solariega de los Mendoza, donde le daré albergue siempre que venga al lugar para sus negocios.
Hasta que no pude más estuve arreando leña detrás del palacio del capitán, y cuando ya me vi cercado por más de treinta salté la cerca de la Pedrosa y me metí en la vega. El palo se me había roto en dos cachos sobre la mollera de Firmo de Rivota y tuve que sacar un bárgano de la sebe para defenderme.
No se mostró todo lo suelto y airoso que fuera de desear, por lo cual tuvo que escuchar algunas carcajadas reprimidas; pero las llevó con paciencia, y a los pocos minutos ya no se fijaba en él nadie... nadie más que Maximina, que le decía en voz baja: «Levante V. más los brazos.» «No salte V. tanto.» Consejos todos muy oportunos, que el joven iba siguiendo al pie de la letra.
Desperté, volví á dormir, y torné á despertar y á dormir otra vez y otras ciento, y siempre veía el repleto cucharón de mi tía persiguiéndome y llenando los claros que yo iba haciendo en los platos que me servían sin cesar. En esta lucha cruel me cogió el alba. Salté de la cama, vestíme; y, desayunándome de prisa, corrí á despedirme de la familia que había madrugado más que yo.
Palabra del Dia
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