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Actualizado: 24 de mayo de 2025


¡Los justos y los dignos deben sufrir para que sus ideas se conozcan y se estiendan! Hay que sacudir ó romper los vasos para derramar su perfume, ¡hay que herir la piedra para que salte la luz! ¡Hay algo providencial en las persecuciones de los tiranos, señor Simoun! Lo sabía, murmuró el enfermo, y por eso excitaba la tiranía...

Pues tenga usted la bondad de que no se le antoje, por de pronto... ¿Se cansa usted con el paso que llevamos? ¡Bah! Es que no hay tiempo que perder si hemos de salir con la vaciante y antes de que salte la brisa. Por eso me he permitido... ¿Quiere usted que corra más todavía? No hay necesidad: ya estamos a dos pasos del muelle. ¿Quién es ese tipejo que se pasea en él?

Mañana son los funerales. ¡Que la sabiduría de Confucio, inspirándole, ayude a emigrar su alma! Y el buen sujeto, levantándose, se quitó respetuosamente el sombrero, y salió, con el paraguas debajo del brazo. Entonces, al sentir cerrar la puerta, me pareció despertar de una pesadilla. Salté al corredor.

Mi tío, que presentía un peligro, nos observaba de reojo, y Blanca, ya desconcertada con eso, me incitaba a desistir de mi empresa. Pero yo eché pelillos al mar, tosí con fuerza, y salté resueltamente al palenque. ¿Tío, se puede tener hijos sin casarse? No por cierto respondiome el tío, a quien hizo gracia la pregunta. ¿Sería una desgracia, si desapareciera la humanidad?

La puerta no estaba abierta; Pensé si alguien habría advertido en la casa que la cerrasen aquella noche; quizá la cerraron por el viento. Me asomé a la ventana. La altura no era grande. Salté a la calle. Encontrándome solo, sin la compañía de Allen y de Ugarte, me sentía más enérgico y con mayor miedo de ser preso. Todo, antes de volver al pontón.

Son todos de una misma nacion, pero enemigos declarados los del S con los del N; y suelen decir los del S: Mataco bueno, Mataguayo malo, y al contrario los del N. Estaban todos bebidos, cayeron sobre la canoa, y apoderados de ella, nos llevaron donde estaba la chusma. Salté á tierra, y preguntéles: ¿qué querian? que yo era su amigo, que los regalaría, que no hiciesen daño á los mios.

Cuando la vió aparecer de nuevo con un mantón sobre los hombros y pañuelo de seda á la cabeza sintió tanta compasión que le dijo, alzándose de la silla: Vamos, niña... vamos donde quieras. Gracias, Manolo replicó la joven con voz temblorosa. Salte fuera y aguárdame en la esquina. Necesito que venga Joselillo... pero no tardará.

Para nada quiero el dinero de esa gente, ni me hace maldita falta: lo que yo quiero es que conste... , señora doña Bárbara, es usted mi suegra por encima de la cabeza de Cristo Nuestro Padre, y usted salte por donde quiera, pero soy la mamá de su nieto, de su único nieto».

Mi yate tuvo que fondear fuera del puerto, entre otros buques. Había muchos trasatlánticos: cuatro de los Estados Unidos, uno del Japón, otro de la América del Sur, varios de Australia y Nueva Zelanda, todos con viajeros llegados del otro hemisferio para ver á Spadoni. Después de saludar con veintiún cañonazos á Mónaco, salté á tierra entre los ¡hurras! de los marinos extranjeros.

Palabra del Dia

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