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Actualizado: 8 de junio de 2025
Yo no te digo más que una cosa, que si pasa algo entre ese sacristán y tú, te despellejo a ti y a él, y le pego fuego a la casa, aunque me lleven a presidio para toda la vida. La Ignacia se echó a llorar, pero cuando Martín le dijo que Bautista se quería casar con ella y que tenía dinero, se secaron pronto sus lágrimas. ¿Bautista quiere casarse? preguntó la Ignacia asombrada. Sí.
Cada familia tenía entonces un clérigo, un fraile, una monja o un corista; los pobres se contentaban con poder contar entre los suyos un belermita, un motilón, un sacristán o un monacillo.
Y el menor respondió: No sé otro sino que corro como una liebre, y salto como un gamo, y corto de tijera muy delicadamente. Todo eso es muy bueno, útil y provechoso dijo el grande ; porque habrá sacristán que le dé a vuesa merced la ofrenda de Todos Santos porque para el Jueves Santo le corte florones de papel para el monumento.
»Llegué al cementerio, que, como usted sabe, está rodeado por una tapia muy baja. No queriendo yo enterar a nadie de mi visita escalé la tapia en lugar de ir a pedir la llave al sacristán. »Serían las ocho y media de la noche y reinaba en el fúnebre recinto la oscuridad más completa.
Y porque aquél está pobre y necesitado, mandamos quemar las coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en los más versos hacen sus damas de todos metales." Aquí no lo pudo sufrir el sacristán, y levantándose en pie, dijo: "¡Mas no, sino quitarnos las haciendas!
Un extraño temblor le hizo dar diente con diente; sintió la frente bañada por un sudor frío; se le turbó repentinamente la vista, y cayó al suelo sin conocimiento. Cuando lo recobró, estaba en brazos del sacristán y dos o tres labriegos que por allí andaban. Le habían bañado la cara con agua fría, le abrieron la sotana y le quitaron el alzacuello. Uno le echaba el humo del cigarro a la nariz.
Como eran amigas del sacristán, vecino de Cándida, pudieron colocarse en la escalera de la capilla hasta vislumbrar, por entre puertas entornadas, la mitra del patriarca y dos velas apagadas del tenebrario, un altar cubierto de tela morada, algunas calvas de capellanes y algunos pechos de gentiles hombres cargados de cruces y bandas; pero nada más.
-Así fuera -respondió Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán, que me la trasladó del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta como aquélla.
¡El perro del sacristán! gritó Simón al verle, disponiéndose a coger una tranca. Pero todo fue inútil: la aparición del animal, el desastre del mostrador, el salto sobre Simón y el desaparecer en la plaza, fué obra de un solo instante. Juana alcanzaba el cielo con las manos al contemplar los destrozos causados por el perro ladrón. ¡Y esto es de todos los días! gritaba fuera de sí.
Cerca de ella estaba el caballero que iba a ser su esposo. Entregado a tales fantasías, no advertí que los devotos se habían ido, hasta que el sacristán pasó cerca de mí, sacudiendo un manojo de llaves. Salí, y a poco estaba yo en la casa de don Román. El anciano se disponía a cenar. ¿Quieres chocolate? No es de lo mejor; pero te le ofrezco de buena voluntad. ¿Recibiste mi esquelita? No.
Palabra del Dia
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