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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Recé un rato de rodillas acordándome de los padecimientos y de la muerte de mi buena madre, que ya gozaba de Dios en el Cielo; pero como mi cabeza no estaba buena, a causa de los vapores del maldito aguardiente, al levantarme me caí, y un sacristán empedernido me puso bonitamente en la calle.

En pocas palabras le expliqué lo sucedido, y él me escuchó en silencio. Luego que hube terminado, murmuró algo, se persignó, y, como nos despertaron los pasos que se aproximaban del sacristán, salimos afuera y nos dirigimos hacia la ancha plaza, que ya estaba envuelta en una semiobscuridad.

Repentinamente una exclamación de sorpresa y, volviendo el rostro, me encontré cara a cara con el Padre Montero, mi antiguo condiscípulo, a quien no había visto en cinco años. Fungía de Sacristán mayor de la Catedral y llevaba un manojo de enormes llaves, pues era hora de cerrar el templo, para volver a abrirlo a las tres de la tarde.

Y ¿estoy yo agora para decir lo que renta? respondió el sacristán con algún tanto de demasiada cólera . Decidme, hermano, si sabéis algo; si no, quedad con Dios; que yo la quiero hacer pregonar.

Todos los trovadores recibían como popular homenaje las carcajadas del público, pero el que parecía triunfar era un viejo desdentado y de cara maliciosa, sacristán de una anteiglesia de Vizcaya que tenía gran renombre por el atrevimiento de sus chistes.

Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.

Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y «hermano» al sacristán, cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan descansados caminos.

«El bululú es un representante solo, que camina á pie y pasa su camino, y entra en el pueblo, habla al cura, y dícele que sabe una comedia y alguna loa, que junte al barbero y sacristán, y se la dirá porque le den alguna cosa para pasar adelante.

Se dijo que más de un alma se sintió regenerada con la eficacia de aquel discurso, y que fueron muchos los que juraron eterna gratitud al Sr. Dimmesdale por el bien que les había hecho. Pero, cuando bajó del púlpito, le detuvo el anciano sacristán presentándole un guante negro que el ministro reconoció por suyo.

Su palabra valía tanto como la de don Antolín. El Vara de plata la temía, inclinándose ante la poderosa protección que todos adivinaban detrás de la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel, era sacristán de la catedral, ejercía las funciones de monaguillo un chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acabó por costearle la carrera en el Seminario.

Palabra del Dia

bagani

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