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Actualizado: 8 de junio de 2025


Con la poca que repuse cualquier sacristán podía pronunciar en las Cortes discursos dignos de ser oídos. El señor es de los que van todos los días a alborotar a la tribuna. Es un oficio con el cual viven muchos. ¡Qué aberración! ¿Y desde tal sitio y desde tales tribunas se piensa gobernar el reino?

Y la cabeza, cada vez más fría y lívida á pesar del colorete, movíase de un lado á otro de la almohada, agitando su diadema de flores, entre las manos ansiosas de la madre y de la hermana, que se disputaban el último beso. A la salida del pueblo estaba aguardando el señor vicario con el sacristán y los monaguillos: no era caso de hacerlos esperar.

D. Félix hizo una descripción detallada del estado de su finca: algunos pomares habían cargado mucho; otros, en cambio, no tenían una sola manzana. Algo raro está pasando con la sidra terminó diciendo mientras arreglaba un pliegue del alba, que el maestro y el sacristán habían dejado mal. Antes los pomares producían un año y descansaban al otro.

era el estribillo con que el sacristán de la parroquia de San Marcelo pedía limosna para las benditas ánimas del purgatorio, a lo cual contestaba siempre algún chusco completando la redondilla: que se queme en hora buena, que yo me voy a mi casa.

D. Sabino era un hombre despechado, lleno de hiel contra la sociedad, y sobre todo contra el régimen actual de cosas, con el cual no medraban más que los intrigantes, mientras los hombres de carácter independiente quedaban postergados. Después de ser muchos años sacristán del Sagrario, había solicitado un beneficio en la catedral con empeño, y por dos veces se lo habían birlado otros.

Como el sacristán era un simple, la cerora disponía lo que había de hacerse en los altares y color de las casullas. Constantemente estaba consultando el añalejo. Cuando yo iba a casa de la Joshepa Iñashi, con la Iñure, solíamos meternos en la cocina y haciamos hostias pequeñas y grandes, echando un poco de harina y agua en una plancha y calentándola al fuego.

Nos quedan pocos años de vida, por mucho que el Señor quiera conservarnos. ¡Quién pudiese volver a aquellos tiempos, cuando subía a tu casa con la sotanita roja, en busca de tu padre el sacristán, y te quitaba el almuerzo! ¿Eh, Tomasa...? Los dos ancianos, olvidando las diferencias sociales, con esa fraternidad resignada de los seres que caminan a la muerte, recordaban el pasado.

He dicho que no. Déjame en paz el alma. Al veinticinco, don Manuel... al veinticinco. Me esperan en casa para que pague. Márchate, o llamo al sacristán. Pues bien; al treinta... que sean al treinta por ciento, como la otra vez. Todo sea por Dios murmuraba suspirando dolorosamente . No dejáis tiempo ni para salvar el alma. Espérame en casa, yo iré así que termine este rosario.

En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido.

Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia.

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