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Actualizado: 23 de junio de 2025


Es cosa muy ordinaria en la Divina Providencia que los casos fortuitos sean disposiciones suyas cuando no quiere echar mano de los prodigios para los altos fines que pretende; y tal fué ahora la súbita resolución de los Puraxís. Obedecieron con toda prontitud por estar acostumbrados á ejecutar muchas veces semejantes órdenes.

¡Qué veo! exclamó D. Paco con súbita exaltación . ¿No es aquel mozalbete el propio D. Diego; no es mi niño querido, la joya de la casa, la antorcha de los Rumblares?... ¡Eh... D. Dieguito, aquí estamos..., venid acá! En efecto; cuando estuvimos cerca, no nos quedó duda de que el mozuelo bailarín era D. Diego en persona. Nos vió, y al punto vino corriendo para abrazarnos a todos con mucha alegría.

Sin saber por qué se despedía así antes de que llegaran las otras; y le miró, no ya con la gracia de sus ojos un poco atónitos, sino con una súbita expresión seria, dulcemente seria.

¡Araceli! exclamó con súbita furia ¿quieres que te mate? Deseo acabar con alguien. Estoy dispuesto a darle a usted ese gusto. ¿Cuándo? Ahora mismo. ¡Ah! dijo riendo a carcajadas . Tiene la preferencia el Sr. D. Quijote de la Mancha. España, me despido de ti luchando con tu héroe. No importa. Después de las burlas pueden venir las veras.

Donna Olimpia ha querido que nuestra separación sea súbita y por sorpresa para ahorrarnos a todos el trance desgarrador de la despedida. Ella desea que Morsamor alcance grandes victorias, triunfos y laureles en la India; entiende que para esto perjudicaría a Morsamor si le siguiese y por eso le deja. Si él por un lado, ella también separadamente por otro, puede vencer y triunfar sola.

Pero nada ponía tanta confusión y barullo en su mente como la idea de las novedades que había de encontrar en la familia, según Antonio con vagas referencias le dijera al salir del Pardo. ¡Doña Paca, y él, y Obdulia eran ricos! ¿Cómo? Ello fue cosa súbita, traída de la noche a la mañana por D. Romualdo... ¡Vaya con Don Romualdo!

Entonces el comerciante, por una súbita y celestial inspiración, le hizo seña de que se acercase. Don Rudesindo avanzó hacia ellos lentamente, con paso tímido y vacilante. ¿Dice usted, mi queridín, que no tiene ninguna gana de matar a don Rudesindo? preguntó el comerciante a Miranda. Ninguna murmuró éste. ¿Tendría usted, por casualidad, deseos de herirle? Tampoco.

Raquel, agachada bajo los golpes de Adriana, abría un medallón que llevaba al cuello con el retrato de su padre y exclamaba sollozando: "Para que papá vea lo que haces". Después, sobrecogida, se echaba a correr, seguida de Adriana y cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas. Pero Adriana ya no corría para pegarle, sino enloquecida de súbita piedad.

Muchas confesiones reservadas me ha hecho, y creo que, si ahora quisiera manifestarnos la realidad, podríamos vernos libres de este demonio. ¿Por qué no lo hace... para salvarse? Porque actualmente le teme contestó en voz dura, desesperado. Posee cierto secreto que la hace vivir en constante terror. Ese es el motivo, creo yo, de su súbita desaparición y del abandono de su propio hogar.

Había adelgazado mucho; su voz, aunque todavía sonora y dulce, tenía cierta melancólica expresión de decaimiento; con frecuencia se le veía, al menor ruido ó accidente de poca importancia, llevarse la mano al corazón, con una súbita rubicundez del rostro, seguida de palidez, indicio de dolor.

Palabra del Dia

rigoleto

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