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Actualizado: 24 de junio de 2025
Letra de mujer si no me engaño. Pero ante todo tengo que darle una noticia. ¿Qué es ello? El Rey está en el castillo de Zenda. ¿Cómo lo sabe usted? Porque allí está la otra mitad de la cuadrilla de Miguel, de los Seis. Lo tengo bien averiguado: Laugrán, Crastein, el mozo Ruperto Henzar, tres bribones, a fe mía, como no hay otros en toda Ruritania. ¿Y bien?
Suponiendo que el Rey volviese al trono, le devolveríamos la Princesa. Pero ¿y si no lográsemos libertarlo? Punto era éste del cual jamás habíamos hablado. Pero yo tenía la idea de que, en tal caso, Sarto se proponía instalarme en el trono de Ruritania y sostenerme en él toda la vida. Al mismo Satanás hubiera él puesto en el trono antes que a Miguel el Negro. El baile fue suntuoso.
Dirigió luego una rápida mirada a Flavia y prosiguió, bajando la voz: Se cree que ha venido en seguimiento de una mujer. ¿Ha oído hablar Vuestra Majestad de cierta señora de Maubán? Sí dije mirando involuntariamente hacia el castillo. Esa dama llegó a Ruritania al mismo tiempo que el Raséndil de quien habla usted. El prefecto me miró fijamente, como interrogándome.
¿Para quién? Para Ruritania. ¿Hacía yo bien o mal en representar aquel papel? No lo sé; ambos caminos eran peligrosos y no me atreví a decirle la verdad. ¿Sólo para Ruritania? le pregunté dulcemente. Súbito rubor coloreó sus primorosas facciones. Y también para tus amigos dijo. ¿Amigos? Y para tu prima murmuró por fin; tu amante prima. No pude hablar. Besé su mano y salí indignado contra mí mismo.
Lo puse en manos de Rosa y le pregunté: Por si no has visto el retrato de Rodolfo V, ahí lo tienes. ¿Crees todavía que nadie se acordará de aquella vieja historia si me presento en la Corte de Ruritania? Mi cuñada miró el retrato y después a mí. ¡Cielo santo! exclamó arrojando la fotografía sobre la mesa. ¿Y tú qué dices, Roberto? pregunté.
Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.
Me detalló la etiqueta de la Corte de Ruritania, prometiendo hallarse constantemente a mi lado para indicarme los personajes a quienes yo debía conocer y la mayor o menor ceremonia con que convenía recibirlos y tratarlos. Y a propósito me dijo, ¿supongo que es usted católico? No por cierto contesté.
Y lo primero que se me ocurrió, casi repentinamente, fue hacer un viajecillo a Ruritania. Pero desde el momento en que pensé visitar aquel país, se despertó vivamente mi curiosidad y el deseo de verlo.
Me arrodillé ante el altar y el cardenal ungió mi frente; después extendí la mano y tomé de las suyas la corona de Ruritania, que puse sobre mi cabeza, prestando a la vez el juramento regio. Volvió a oírse el órgano, el General ordenó a los heraldos que me proclamasen y Rodolfo V quedó coronado Rey; imponente ceremonia reproducida en un cuadro magnífico que hoy adorna mi comedor.
Aquí le dejo a usted algo más precioso que la vida y la corona le dije; y lo hago porque en toda Ruritania no hay hombre que más merezca mi confianza. Le devolveré a Vuestra Majestad la Princesa sana y salva, y si esto no es posible la haré Reina. Nos separamos, regresé a palacio y dije a Sarto y Tarlein lo que acababa de hacer.
Palabra del Dia
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