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Actualizado: 24 de julio de 2025
Detrás de mi sillón se hallaba el coronel Sarto, y al otro extremo de la mesa vi a Federico de Tarlein, quien, por cierto, apuró su primera copa de champaña algo antes de lo que en rigor se lo permitía la etiqueta. No pude menos de preguntarme qué estaría haciendo en aquel momento el rey de Ruritania. Nos hallábamos en el gabinete del Rey, Federico de Tarlein, Sarto y yo.
Sarto y Tarlein caerán en la refriega, como caerá también el Duque. ¡Hola! Sí, Miguel el Negro, como un miserable que es. Cuanto al Rey, tomará el camino del infierno por la «Escala de Jacob.» ¡Ah! ¿También sabe usted eso? Y quedarán sólo dos hombres cara a cara: Ruperto Henzar y usted, rey de Ruritania. Se detuvo un momento, y con voz que la emoción agitaba, continuó: ¿No es una jugada soberbia?
A decir verdad, esto era precisamente lo que yo esperaba que sucedería. En mi opinión, ni al Rey, ni a Miguel ni a mí nos quedaba más que un día de vida. Me resignaba a morir, sobre todo si conmigo moría también Miguel el Negro y si por mi propia mano libraba a Ruritania de Ruperto Henzar, ya que no pudiese salvar la vida del Rey.
No tardó en aparecer un joven, a cuya vista lancé una exclamación de asombro; y él, al verme, retrocedió un paso, no menos atónito que yo. A no ser por mi barba, por cierta expresión de dignidad debida a su alto rango y también por media pulgada menos de estatura que él podía tener, el rey de Ruritania hubiera podido pasar por Rodolfo Raséndil y yo por el rey Rodolfo.
Al siguiente día Jorge Federly me acompañó a la estación, donde tomé un billete para Dresde. ¿Vas a contemplar las pinturas? preguntó Jorge guiñándome el ojo. Jorge es un murmurador incorregible, y si hubiese sabido que yo iba a Ruritania, la noticia hubiera llegado a Londres en tres días.
Mi linda Rosa nos dejó, muy enojada; y mi hermano, encendiendo un cigarrillo, volvió a mirarme con la mayor curiosidad y fijeza. La persona representada en ese grabado... comenzó a decir. ¿Y qué? le interrumpí. Lo que prueba es que el rey de Ruritania y tu modesto hermano se parecen como dos gotas de agua. Roberto movió la cabeza negativamente. Sí; lo supongo dijo.
¡Bah! ¿Quién se acuerda ya de esas vetustas historias? Por toda respuesta saqué del bolsillo un retrato del rey de Ruritania. Había sido hecho un mes antes de subir al trono y llevaba toda la barba.
Me esperaba un alegre grupo de jefes militares y grandes dignatarios y al frente de ellos un anciano alto, de porte marcial y cubierto el pecho de cruces y medallas. Ostentaba la banda roja y amarilla de la Rosa de Ruritania que, dicho sea de paso, decoraba también mi indigno pecho.
Y deseoso yo de tranquilizarlo, dije chanceándome: ¡Ah! Por lo visto la historia es tan bien conocida aquí como entre nosotros. ¡Conocida! exclamó Sarto. Y como siga usted algún tiempo en el país no habrá en toda Ruritania quien la dude. Empecé a sentirme algo inquieto.
Palabra del Dia
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